lunes, 24 de noviembre de 2008

"Los DIOSES hechiceros". Armando Barona Mesa. Libro

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El mito según Barona
Por Julio César Londoño
Texto leído en la presentación del libro. Agradecemos al autor habérnoslo proporcionado. (Texto publicado posteriormente en la columna La plana en El Páis (Cali, Colombia): http://www.elpais.com.co/historico/dic012008/OPN/opi4.html Dic. 1, 2008.)
La mitología puede mirarse como una colección de fábulas urdidas en los albores de la humanidad, cuando los animales erguidos se reunían en torno al fuego, bajo la bóveda constelada de planetas, para dorar perniles y conversar. Y sí, la mitología es una magnífica colección de fábulas fantásticas. Para los guapos, la mitología no es otra cosa que primitivos ejercicios de la inocencia o del miedo, y sí, es cierto, hay temor en la base de las religiones; también lo hay en ciertos negocios modernos, como las aseguradoras y los ejércitos. Lo curioso es que estas fábulas son, al tiempo, las primeras cosmologías de la humanidad, es decir, nuestros primeros intentos de explicarnos el universo. Pero todavía hay algo más curioso: estas fábulas primitivas son muy respetadas por los hombres de ciencia, que encuentran en ellas claves últimas de la psicología, la sociología, la antropología y hasta de la física.
Sin desconocer las enormes diferencias que hay entre la ciencia, el arte y la religión, hay que aceptar que las tres son formas de relacionarnos con el mundo, de estar en él: la ciencia quiere descifrar el universo; el arte lo celebra o lo maldice; la religión lo sacraliza. Son tres miradas diferentes y necesarias.
Cuando se estudia astrofísica, en particular lo sucedido durante los primeros milisegundos del big bang, es inevitable percibir algo mágico, para llamarlo de alguna forma, cuando nos aseguran que el universo salió de la nada, literalmente hablando, hace catorce mil millones de años. Tal vez por esto es que François Jacob sostiene sin despeinarse que el brujo y el científico se parecen: ambos pretenden explicar fenómenos visibles por medio de fuerzas invisibles.
Armando Barona, qué duda cabe, es un científico, como lo ha demostrado en el ejercicio de diplomacia y del derecho y en sus investigaciones de historia. Y debe tener algo de brujo. Al fin y al cabo es una persona profundamente espiritual, miembro de una logia masónica y poeta, un oficio que está más cerca del milagro que del experimento.
Los Dioses hechiceros son una reescritura de los mitos griegos, con la ventaja de que, por esta vez, la rescritura corre a cargo de un poeta que además ha ejercido el periodismo. Es una buena mezcla: la delicadeza del poeta y la agilidad del periodismo. El poeta enriquece el lenguaje del periodismo. El periodismo no permite que el poeta crea que su ombligo es el centro del mundo. Como dice Villoro, el periodismo es literatura a presión.
Pero Armando no se limita a recontar el mito. Lo repiensa, lo comenta, lo crítica y, sobre todo, le pone dos ingredientes escasos en la antigüedad: irreverencia e ironía. Su libro conserva el ingenio y la belleza de la mitología pero nos la muestra con ojos fatalmente modernos.
Alguna vez le pregunté a Armando qué prefería, la ciencia o la religión. Como pensando en voz alta, dijo: la historia de la ciencia es la historia del pensamiento y la inteligencia. Nadie en su sano juicio puede despreciarla. A su vez, las religiones son la historia del alba de la humanidad y están enlazadas de manera íntima con el arte y con el derecho, con la ética y la cosmología. Nadie en su sano juicio puede despreciarlas. El universo de Einstein es rico. También lo es el de Moisés. Pero es más rico un universo donde conviven Einstein y Moisés.
La mesura de su respuesta me dejó patidifuso, pero insistí: Y si te obligan a escoger una sola, ciencia o religión, si te encañonan, ¿qué dirías? Si me encañonan diría dispare señor, quíteme la vida pero me quite a A Einstein ni a Moisés.
Con la misma ecuanimidad, con el mismo valor, porque se necesita mucho valor para meterse con los dioses, Armando Barona nos entrega un libro que oscila entre la ironía y la piedad, entre la ciencia y la fe, entre la investigación y el milagro, entre la información y la poesía, entre la crítica y la memoria.++++

REGISTROS FOTOGRÁFICOS NTC ... DEL EVENTO
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"Los DIOSES hechiceros".
Armando Barona Mesa.
Lanzamiento
Presentación a cargo de Julio César Londoño
Invita FERIVA
25 de Noviembre 2008. 6:30 PM
Auditorio Comfenalco. Calle 5 No. 6-63. Torre C. Piso 5
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Tarjeta de invitación
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Carátula
Imagen del Dios APOLO
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15.0 x 24.0 x 2.0 cms. 324 páginas
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Contracarátula
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Solapa uno. Alli resumen biográfico de autor.
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Solapa dos.
CAPITULO I (El índice del libro mas adelante)
I LOS DIOSES EXISTIERON
Un día escuchaba la conferencia de un filósofo que se remontaba con singular emoción a la conocida sentencia del templo de Delfos, consagrado a Apolo: “Conócete a ti mismo”. Destacaba él toda la filosofía que detrás de tan simples palabras se esconde, para elevar la más cálida apología –palabra que viene de Apolo- a aquel dios de la virtud, las artes, la música, la luz en medio de la oscuridad. Al terminar su disertación se abrió un foro. Yo le dije lo primero que se me vino a la mente: comencemos por anotar que Apolo, como todos los dioses, ha sido una creación de los hombres. Detrás del templo de Apolo, y detrás del culto al dios, siempre hubo un hombre –o varios- pensante, que le dio forma, que inventó sus hazañas, que recorrió en su nombre el mundo conocido entonces e imprimió amor en los seres humanos.

De igual modo hizo –o hicieron- sentir el terror de las saetas, “que hieren desde lejos” según Homero, y que sembraban la peste o muerte lenta con dolor o la fulminación de la muerte súbita sin dolor, porque no obstante que Apolo amaba y era amado, lo que le hacía prevalecer como divinidad no era esencialmente el amor, sino el temor que podía inspirar.

Las flechas de Apolo, como los rayos de su padre Zeus –Júpiter para los romanos-, eran temibles, certeras, sin ninguna posibilidad de error. Hacia donde se dirigían, allá iba un castigo implacable, que era precisamente el que, ante la pequeñez del hombre, daba razón de ser a la existencia del dios todopoderoso. Por supuesto el castigo mayor fue el infierno. O el Hades, que no tenía llamas sino que era silencioso y macilento.

El filósofo me miró cuando ya iba a terminar el acto y me dijo: piense que Apolo sí existió. La próxima vez que nos veamos continuamos esta conversación. Y yo me fui sumido en la reflexión que aun me asalta. Si Apolo es una creación inmaterial del hombre, como una idea, es porque Apolo sí existió, como que las ideas toman forma y vida y son sujetos de recuerdos. Igual que existió don Alonso Quijano o Quijada. Y que existió Hamlet y Adán, aunque nunca en verdad hayan existido. Basta con que estén en la mente, con que ocupen una idea dentro del imaginario de una siquis cualquiera, para que sean, es decir, que existan.

Así pues, cuando volví a encontrarme con mi filósofo amigo, le dije que después de pensarlo compartía su idea sobre Apolo.

Y, por supuesto, pensé en los demás dioses: los de la vida y los de la muerte, los del Olimpo y los del Infierno. La variada cosmogonía de aquel pueblo helénico de tanto pensamiento y heroísmo, supersticioso así mismo como lo fueron los latinos, lo que indica el alto grado de espiritualidad y religiosidad que los animaba.

En el fondo de todo esto lo que hay que destacar es la presencia de la eterna dualidad de los contrarios. El bien y el mal, que también son creaciones del hombre y por supuesto existen, el dolor y la alegría, en fin, el alfa y el omega, que es como decir el ser y el no ser de Hamlet. Hay dioses buenos y dioses malos, porque así lo reclama la dualidad del hombre. Su trajinar entre el bien y el mal, protegido para lo uno por los dioses buenos, y justificado para lo otro por los dioses malos.

La religión griega, tan heterogénea y rica, era a su vez fruto del transplante de otras religiones autóctonas practicadas por otros pueblos pero acogidas por la confluencia étnica de los aqueos, y a su vez adoptada por los latinos con nombres cambiados, pero conservando los mismos mitos y creencias. A veces aumentándolos. Porque en esencia, las religiones, por complejas que sean, siempre apuntan a lo mismo. Y los dioses serán más o menos perfectos según el grado de civilización que haya alcanzado una sociedad.

Tales reflexiones conducen a resaltar como altamente llamativo que alrededor de aquellas deidades y creencias primitivas de los griegos hubieran florecido las dos más grandes civilizaciones del mundo antiguo, a su vez origen de la nuestra, muy a pesar del oscuro piélago de ignorancia que caracterizó, por motivos de fanatismo religioso en una creencia que debía ser mejor –el Cristianismo-, la Edad Media.

Me surgió entonces una meditación complementaria: ¿los griegos florecieron por sus dioses, o fueron sus dioses los que florecieron y reinaron poderosos por el pensamiento de los griegos ? Me atrevería a pensar que sin la presencia de Palas Atenea –Minerva para los latinos- seguramente el pensamiento de los filósofos atenienses no habría alcanzado tanto desarrollo, ni las artes habrían tenido tan perfecto desenvolvimiento. Es difícil de aceptar que sin el apoyo de Artemisa –Diana para los latinos- y de Deméter –Ceres de los romanos- hubiese podido florecer la agricultura, o que se hubiere podido desarrollar la industria enológica sin que los que la hicieron posible con su trabajo no hubieren tenido como guía la idea y el pensamiento de Dionisos -Baco para los romanos-.

Y así podemos ir haciendo igual reflexión comparativa sobre lo que fue la vida de aquellas regiones. Por ejemplo, ¿cuánto crimen se pudo evitar por la sola creencia de la existencia de las Erinias que después se transformaron en las Euménides -Furias para los romanos-, inicialmente vengadoras implacables y terribles del crimen que alguno cometiera en un consanguíneo ? Esos seres femeninos a los que llama Esquilo “vírgenes malditas, condenadas a eterna doncellez, pues que nadie, ni hombre ni dios, ni bestia quiere compartir su lecho.”

Y ¿cuánto heroísmo se dio porque entendieron los ejércitos que Atenea los acompañaba?

No corresponde a la verdad, como lo sostienen muchos, que fue el pensamiento de Homero o el de Hesíodo el que creó la intrincada cosmogonía de los griegos. Los poetas lo que hicieron fue cantar con bellos versos lo que ya estaba consagrado, y relevar con otras razones creativas, la epopéyica derivación del mito que dio lugar al rapto de Helena, originado todo esto, como después veremos, en los enredos de los dioses del Olimpo, cuando el episodio de la manzana de Eris o la Discordia.

De ahí que he podido llegar a varias conclusiones: los dioses hicieron posible lo que fueron los pueblos, porque los pueblos fueron lo que ellos mismos vieron en sus dioses.

Esto, de cierta manera, demuestra que aquellos dioses, como todos los que en la historia han sido, realmente existieron por creación de los pueblos que en ellos creyeron. Y como complemento de este pensamiento, aparentemente simple, cabe la afirmación de que el estudio de las civilizaciones antiguas debe ser resultado del estudio y conocimiento de la mitología. Mejor dicho, una civilización no se puede comprender, desde el punto de vista histórico, antropológico o sociológico, sin comprender primero lo que fue su religión, sus mitos y sus dioses.

El gran historiador Heródoto afirma que Homero y Hesíodo dieron hasta su nombre a los dioses y que los filósofos les atribuyeron carnadura y presencia humana, las mismas pasiones de los hombres y hasta sus debilidades. Puede ser cierto en parte pequeña. Es tanto como pensar en los predicadores que hablan con Dios y a él le atribuyen lo que su intelecto piensa. Pero ha sido una acumulación del imaginario popular la que fue dando forma a los dioses. Por supuesto dentro de ese imaginario también se encuentran esos que, desde siempre, se dedicaron a su culto, esto es a vivir de él y a atribuirle a las deidades aquellos atributos sin los cuales el dios no sería temible y por lo tanto dejaría de ser dios.

La absoluta debilidad del hombre ante el rayo y la centella, hizo que creara a un ser excepcional que manejaba ese poderosísimo elemento de electricidad estática a voluntad. Y así surgieron Thor, Zeus, Júpiter, Marduk.

Y para comprender mejor a esa poderosa deidad, el artista lo proveyó de un rostro adusto pero hermoso al mismo tiempo, en tanto que el poeta lo rodeó de virtudes y defectos. Estos últimos se iniciaban con su iracundia, que constituía al mismo tiempo para los humanos la virtud, como que era precisamente la que les hacía ser temibles. La ira santa, o ira de dios. Era ante ella que se prosternaban y humillaban, utilizando en su oración las palabras más zalameras y aduladoras, en orden a ensalzar al dios para aplacar su capacidad furiosa.

O sea que en materia de dioses, hay defectos que se tornan en virtudes y virtudes que se cambian en defectos. Dioses volcánicos, impiadosos, que mataban pueblos. Y como la muerte de un pueblo no era comprensible que ocurriera simplemente como resultado de la furia huracanada y sin motivo de un elemento natural –una tormenta, el terremoto, la peste-, era preciso atribuir el suceso a la culpa general del pueblo, para que así pudiese hablarse de un castigo divino.

Había otro fenómeno de carácter sicológico en la explicación de la existencia de los dioses, que es la necesidad del hombre de sentirse asistido por una fuerza superior, suprema, sobrenatural, divina en otras palabras, que estimulara su psiquismo, para, acorde con ese estímulo, potencializar y acrisolar sus personales fuerzas en la dura batalla contra la enfermedad, en la guerra, y aun en los empeños de la cultura. Dicen que nunca es más grande un hombre que cuando está de rodillas alabando la grandeza de Dios.

Igual ocurría con la caza y la agricultura, elementos vitales para la subsistencia del débil sujeto humano, dotado entonces de muy pobres herramientas. ¿Cuánto significaba llegar al bosque y afrontar al tigre de colmillos de sable, o al jabalí de fuerza descomunal y colmillos retorcidos -que diera muerte al perfecto Adonis-, armado solo con un palo al que se ataba una piedra medio pulida en la punta, o aun de bronce o hierro, como ocurriría después ? Se necesitaba de un gran coraje para enfrentar a estas fieras y esos peligros.

Es entonces cuando, para acompañarse en su debilidad e indefensión, el hombre crea a Artemisia, con cuyo simple nombre eleva su psiquismo y puede vencer, como de hecho venció durante todos esos milenios pasados, a las poderosas fieras de fuerzas muy superiores a las suyas, que tanto daño le hicieron. Se diría que el convencimiento o fe ciega de que un dios lo amparaba, le daba fortaleza para obrar el eterno milagro del vencimiento de las adversidades naturales. Pero para ello era necesario que la deidad estuviera dotada de la capacidad de vencer las leyes naturales con prodigiosos actos que superan las débiles posibilidades de los humanos. Y es así que de inmediato le da al dios invisible que solo existía en su mente, esos poderes que se tornan en magia. O mejor aun, en hechicería. De ahí que eran, ciertamente, dioses hechiceros.

O sea que cuando el desamparo de los humanos los lleva a crear a Artemisa y a Apolo, por ejemplo, es porque los necesita. Y ellos, con la capacidad de ser todopoderosos que les era característica, también sabían volverse tiernos, amorosos y benefactores. Y entonces vienen en su auxilio. Los prodigios de la fe son creadores de hechos asombrosos, que no son más que el resultado de las poderosas fuerzas incoscientes del cerebro humano.

Aquellos dioses, según Homero, participaban en las reyertas y conflictos del hombre y tomaban partido aun en las trivialidades. Esa costumbre, por cierto, persevera aun en sucesos banales de la vida social. Porque siempre existe la esperanza de que la fuerza superior divina llegue en auxilio y favorezca. Son tantos los partidarios de cada equipo de fútbol que en un partido invocan, cada uno por su lado, al dios de sus preferencias -que seguramente es el mismo-, para que éste se ponga del lado de su equipo. Y si gana, es porque Dios le ayudó. ¿Y el otro ?

O sea que los dioses sirven a las necesidades de los hombres, sus creadores, porque éstos son sus criaturas. Desde ese ángulo válido de observación, es preciso decir que los dioses sí existen y el hombre no puede vivir sin ellos, como que éstos acuden a su llamado para salvarlo de los grandes y pequeños males que asedian la vida.. Y porque además, son mágicos. Hechiceros para ser más exactos.

Vale la pena, finalmente, decir que de lo único que con su psiquismo superior realmente no ha podido librarse el ser humano, ni con la ayuda de los dioses, ha sido de la propia amenaza del hombre contra sí mismo.

Entremos pues en el estudio de la mitología y las leyendas griegas para entender de qué modo pudo existir Aquiles con su talón de debilidad, mito que es el mismo del Sigfrido de los germanos, o Heracles -Hércules para los romanos-, vencido en la distancia y en el tiempo por la propia muerte del centauro Creso a quien el héroe mató, a través de la inocente túnica empapada en su sangre –la del centauro- que le enviara Deyanira, su esposa. U Orfeo yendo hasta los infiernos detrás del amor, y vencido por la incertidumbre del amor. Todo este panorama mítico que le dio un gran marco espiritual y cultural a seres reales como Sócrates, creyente en la atracción de los opuestos, o Platón discurriendo por las profundidades mayores del pensamiento humano.

Por supuesto la pretensión de esta obra no alcanza a cubrir todo el mito ni toda la teogonía de los griegos, ni siquiera a acercarse a la totalidad de esas hazañas. Esa es una labor titánica que no está al alcance del autor, pobre mortal. Empero, la red imaginativa popular que ha sido la creadora de estos relatos, a manera de los mejores cuentos literarios que pueden encontrarse, y que se sustraen al campo lúdico, dejará al lector la enseñanza profunda de la vida y de las circunstancias y obstáculos que dificultan el camino. Y encontrará allí las delicias de la hechicería.

Es la virtud de Dafne y el valor convencional del laurel, la astucia de Sísifo quien pudo encerrar cautiva a la muerte, creándose un problema en el mundo, porque nadie moría. La astuta inteligencia de Hefeistos para chantajear a los dioses después de la trampa que le tendió a su propia madre con el trono de oro, y, siendo el más feo, lograr el lecho de Afrodita; pero al mismo tiempo los cuernos, previsibles por cierto, que debió soportar después. Más su venganza imaginativa que lo reivindica en un picante cuento de alcoba.

Todo eso es lo que persigue esta obra, a más de que, en fin, comprenderemos cómo sí existió Apolo y su sentencia elemental y profunda, de corte socrático: “Conócete a ti mismo”.

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INDICE ( Pág. 1)I Los dioses existieron 11
II El origen del cosmos y de los dioses 21
Océano y Tens, Gea y Urano 22
La lucha por el poder 25
La Titanomaquia 27
Atlante Yel Jardín de las Hespérides 30
El rey de los dioses 31
La Gigantomaquia 31
III El origen del hombre 37Epimeteo y Prometeo 39
Pandora y su cofre de infortunios 41
IV Los dioses mayores y los dioses, menores 45
V Zeus 57
Tántalo 58
Pélope y el auriga Enómaos 58
Tiestes y los atridas Agamenón y Menelao 50
Zeus bienhechor 51
Los hijos de Zeus 52
El nacimiento de Atenea y Atena 53
Las Horas 53
Las Moiras 54
Las Musas 54
Perséfone 54
Apolo y Ártemis o Artemisa 55
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INDICE (Pág. 2)
Las Cárites 65
Los reyes vienen de Dios 65
Los amores de Zeus 66
VI Hera 73
Los hijos de Hera 75
La ninfa lo , 75
Tifon 77
Los hijos de Hera con Zeus 78
Otros hijos putativos 79
VII Hestia 85
VIII Hefeistos 91
Los Cabiros y los Telquines 94
IX Apolo 99
El oráculo de Delfos 101
Helios o Helio 102
Eos, la Aurora 104
Apolo y el carro del sol 105
Apolo en el país de los Hiperbóreos 105
Asclepio 107
Admeto y Alcestis 109
Dafne o la virtud 111
Hiacinto o Jacinto 112
X Ártemis o Artemisa 117La muerte de Acteón. Los Centauros 118
Orión el cazador 122
Aconcio y Hermocares 123
XI Deméter 129
Déspoina o Déspine y Arión 130
Perséfone 130
Pluto o Ploutus 131
Los misterios de Eleusis y el rapto de la doncella 131
Erisictón, el hombre que se devoró a sí mismo 134
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INDICE . Página 3
XII Hades 139Sísifo y la roca 142
Las Danaides y el barril sin fondo 145
Orfeo y Eurídice 149
XIII Atena o Atenea 159Aracne 163
Tiresias 164
Perseo y Medusa 164
XVI Ares 175Los cuernos de Hefeistos 177
Eros 179
Eros y Psique 180
Harmonía, Deimo (el terror) y Fobo (el temor) 184
El Aerópago 184
XV Afrodita 189Pigmalión 191
Adonis 192
XVI Dionisos 199Matrimonio con Ariadna 203
Enopión y Orión 204
Estafilo 206
Dionisos y los piratas 207
XVII Hermes 211Los amores y los hijos de Hermes 215
Hermafrodito 216
Pan 217
El duelo musical con Apolo. Midas 218
La Ninfa Eco 220
Narciso y Eco 220
XVIII Poseidón 227
XIX Teseo 235
INDICE. Página 4
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El minotauro 243
Dédalo e Ícaro 245
La muerte del minotauro 246
Teseo en el infierno 254
XX Heracles y sus doce trabajos 265Tespio y los heraclidas 271
El tributo a los minios 272
El matrimonio con Megara 273
La locura y el parricidio 273
El camino de la expiación y las doce tareas 274
Los doce trabajos 2 75
La muerte del león de Nemea 276
La muerte de la Hidra de Lerna 278
El jabalí de Erimanto 281
La cierva Cirinia o Cerynites 284
Los pájaros de la laguna Estínfalia 287
La limpieza de los establos de Augias 289
La captura del toro de Creta 293
Los caballos de Diomedes 295
El cinturón de Hipólita y Admite 296
La captura de los bueyes de Gerión 298
Las manzanas de oro de las Hespérides 301
El perro Cerbero 303
Muerte de Ifito y nueva penitencia 306
La sumisión a la reina Ónfale 306
La liberación de Hesíone en Troya 307
Otras aventuras 309
Deyanira, el centauro Neso y otra vez Yole 310
Muerte de Eurito, Yole y muerte de Heracles 312
Epílogo* 317
Bibliografía 323
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* Próximamente publicaremos el Epílogo, y registros del lanzamiento.
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Actualizó : NTC … / gra, Nov. 24, 2008. 1:50 PM



sábado, 22 de noviembre de 2008

LOS OASIS DE LA PROSA en "Reina de América"

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LOS OASIS DE LA PROSA
Por: Alejandro José López Cáceres
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Te habrá pasado, seguramente, que cuando estás leyendo te encontrás con una línea brillante, de esas que uno quisiera recordar porque sintetizan poéticamente cierta idea, alguna sensación, determinada intuición. Y te dejás llevar por ese impulso inconsciente que te hace agarrar un lápiz, o un resaltador, y usarlo para destacarla. Después, al concluir la lectura, cuando sucumbís a la tentación de echar una última ojeadita para despedirte del volumen -antes de instalarlo temporalmente en su anaquel-, ahí aparecen todas, notorias ya gracias a tu sensibilidad de lector. Tal vez podríamos denominarlas “frases subrayables”, o quizás “oasis de la prosa”. Porque son eso, pequeños manantiales verbales que fueron escritos para tu deleite.
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Por cierto que acabo de terminar, muy gratificado, “Reina de América”. Descubro que he dejado este libro de Nuria Amat repleto de trazos. Al volver sobre éstos, me doy cuenta de que su profusión es directamente proporcional a la felicidad que me ha causado esta novela. Releo algunos apartes y lo confirmo: estoy ante una auténtica orfebre del lenguaje. Y he de anotar que mi alegría de lector tiene visos de descubrimiento, pues ya no abundan -en estos tiempos de escritura industrial- autores que cultiven eso que Roland Barthes denominó “el artesanado del estilo”.
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En “Reina de América” se nos cuenta el periplo de Monserrat, una joven española que viaja a Colombia con Wilson, su marido escritor. La costa del Pacífico es el escenario de esta historia en la que se dan cita los ejecutores de nuestras calamidades interminables: la guerrilla, los paramilitares, los narcotraficantes y la Fuerza Pública. Orientada por los pasos de la negra Aída -acaso el más entrañable de los personajes creados por Amat-, nuestra protagonista recorre la selva tropical y descubre el Pozo de las Mujeres Muertas, centro de acopio del comercio cocalero.
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La condición de extranjera permite que Rat (Monserrat) advierta lo insólito del entorno y de las situaciones; pero, al mismo tiempo, hace que recaiga sobre ella el peso de la segregación. En su narración de tono intimista nos da cuenta de dichas sensaciones y percepciones. Sin embargo, esta mujer blanca inmersa en una población negra llega a integrarse de forma dolorosa. La violencia tiene la cruel facultad de igualar a todo el que transfigura en víctima. De manera que, al ser adoptada por la tragedia, Rat termina convertida en un miembro más de la comunidad.
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Antes de cerrar la novela de Nuria Amat, caigo en la cuenta de que las “frases subrayables” tienen diferentes modos de ser. De hecho, históricamente han recibido nombres distintos según la clase de repercusión que busquen en el lector. Las que aparecen en las obras de Balzac, de matiz moralizante, son denominadas apotegmas: “hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir”. Aquellas de connotación filosófica, y que parecen formas poéticas de la definición, son aforismos, como los que estilaba Oscar Wilde: “el cigarrillo es el perfecto ejemplo del placer perfecto. Es exquisito y deja insatisfecho”. Hay otras que giran en torno al humor -Ramón Gómez de la Serna, su creador, las llamó greguerías-; García Márquez suele recurrir a ellas con mucha fortuna: “la estatua en cuya cabeza se fija una paloma debería sonreír”.
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Los “oasis de la prosa” que aparecen en “Reina de América” tienen un carácter particular. Quizás podríamos designarlos como aforismos fenoménicos, pues son síntesis verbales que no suelen estar destinadas a condensar ideas sino a iluminar sensaciones, a capturar percepciones. Así, cuando está más asustada, Monserrat nos dice: “cada uno llevaba una historia oculta en su silencio. Algo con qué amarrar el vértigo del miedo”. Y dejá que me despida con éste, que es una joya: “la noche era un enorme corazón negro que no cesaba de latir a nuestro lado”.
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Reina de América , Nuria Amat, . Editorial Norma. Bogotá, 2007 (2002).
http://www.librerianorma.com/producto/producto.aspx?p=Yyl1qVx/vKh1LGJ4aNlP2WPCgqMVc0/a
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La letra y el garabato , Allí otros textos del escritor