viernes, 23 de enero de 2009

El cinturón de fuego y otras crónicas caleñas. Libro

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El cinturón de fuego
y otras crónicas caleñas
Director del Taller de Crónica U. ICESI
Colección "... a conocer el hielo ..."
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Universidad ICESI. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
Primera edición: Octubre 2008
15.5 x 22.5 x 1.5 cms. 228 páginas
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Agradecemos la colaboración y aportes del Poeta José Zuleta para esta publicación.

Carátula
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Contracarátula
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Solapas
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Harold Kremer


Nació en Buga (Valle), 1955. Licenciado en Literatura e Idiomas de la Universidad Santiago de Cali y magíster en Literatura colombiana y latinoamericana de la Universidad del Valle. Cofundador y codirector de la revista Ekuóreo. En 1985 publicó La noche más larga, ganador del Premio Nacional de Libro de Cuentos de la Universidad de Medellín. En 1989 apareció su libro de cuentos Rumor de mar. Ha sido ganador de varios concursos en Colombia.Ha publicado algunas antologías, entre ellas la Selección del cuento colombiano (Cali, 1981); Antología del cuento vallecaucano (Cali, 1992); Antología del cuento corto colombiano ( 1 ), (Coautor, Cali, 1994); Los minicuentos de Ekuóreo (Coautor. Cali, 2003); Colección de Cuentos Colombianos (Cali, 2002); “Una botella de ron pa´l flaco” ( 1 )(Cali, 2005) y "El cinturón de fuego y otras crónicas caleñas" (Cali, Oct. 2008), ambos con textos de los estudiantes del Taller de crónica que dirige en la universidad Icesi; Segunda antología del cuento corto colombiano (2007); Sueños derribados. Crónicas de salud pública (2008, Cali). Ha sido incluido en varias antologías en Colombia y en el extranjero.
En 2004 publicó el libro de cuentos El enano más fuerte del mundo y el libro de minicuentos El combate. En 2005 publicó el libro de cuentos El prisionero de papá.Es fundador de la Red Nacional de Talleres, Renata, de creación literaria del Ministerio de Cultura de Colombia.
(Fotografía superior: MIC de NTC ..., Medellín Oct. 2008. Inferior del libro Antología del cuento vallecaucano, 1992)
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Algo más sobre el autor: Harold Kremer (<-- click ) * El don de la linterna: la cuentística de Harold Kremer 1El don de la linterna: la cuentística de Harold Kremer. Por Alejandro José López Cáceres. http://poligramas.univalle.edu.co/24b/don.pdf
* http://elcuadernodesamuel.blogspot.com/2008/05/juicio-los-cuentos-de-harold-kremer.html A juicio... los cuentos de Harold Kremer.
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http://www.cuentobreve.com/Colombia/Kremer-Harold.aspx Allí tres cuentos: El alma que venía todas las noches , La primera ley y Los confusos
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Prólogo (Páginas 9 a 14 del libro)
Retazos de país
Alberto Salcedo Ramos , salcedoramos@gmail.com
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Al doblar la última página, la primera conclusión que nos asalta es la de un libro plural. Empieza uno, entonces, a acordarse de cada crónica que leyó, buscando sus puntos de encuentro, sus vasos comunicantes, su valor como pieza periodística autónoma y como parte del conjunto. Vistos individualmente, estos relatos cuentan con vida propia, en efecto. Pero reunidos - como están en el presente volumen - tienen una cobertura más ambiciosa, porque de ese modo, juntadas sus particularidades y diversidades, nos revelan un universo más amplio: nos muestran una ciudad -Cali- y de paso nos entregan un bosquejo del resto del país urbano.
Uno a uno, los seres variopintos que por aquí desfilan van contando sus propias experiencias de un modo sencillo, natural, que a veces nos conmueve -como en el caso del ciudadano ejemplar que se queda ciego a los cuarenta y cinco años- y a veces nos sorprende -como en el caso de la muchacha que decidió dejarse embarazar de manera precoz, a los dieciocho años, simplemente porque no quería que su hijo naciera en un siglo distinto al de ella-o Todas estas versiones personales valen por sí mismas, debido a su fuerza testimonial y a su carga de espontaneidad. También, claro, suscitan emociones, como ocurre con Wendy, la chica abusada por su padrastro. O causan curiosidad, como sucede con el administrador de un burdel que aprende a sobrellevar el temperamento inestable de las prostitutas, a quienes él llama "las diablas". Todas estas crónicas, digo, leídas por separado tienen utilidad informativa, porque nos aproximan a situaciones de indudable interés humano o nos ponen en contacto con personajes comunes y, al mismo tiempo, especiales. Sumadas en este libro -insisto- obtienen un alcance documental superior, porque aparte de relatar historias particulares conforman un cuerpo narrativo robusto, testimonio formidable de una época y de un entorno social dinámico, arduo, atravesado por los conflictos característicos de nuestro país, como la violencia, el fetichismo, los maltratos intra­familiares, la falta de empleo, la pobreza y el narcotráfico.
Estos textos son, al mismo tiempo, ventanas por las cuales nos asomamos para percibir otras voces y otros ámbitos, y espejos en los cuales nos contemplamos con todas nuestras miserias y virtudes. De lo primero nos surtimos a través de Tatiana, el travesti que nos impresiona con su retahíla de frases desilusionadas. De lo segundo nos percatamos leyendo el relato de "Orejas': el vigilante de barrio que resistió la tentación de robarse los muchos millones que descubrió dentro de una casa a su cargo. El libro nos ofrece, por un lado, un bestiario criollo ampliamente documentado, en el que no podían faltar el chamán, el traqueto -traficante de drogas- y la exorcista. Y por el otro, un elenco de víctimas extraído de la cotidianidad: mu­jeres abandonadas, reclusos paranoicos, viudos adoloridos, universitarios asesinados.
En este punto, a propósito, encuentro otro mérito que me deja un buen sabor al terminar la lectura: el libro no traza una línea divisoria tajante entre buenos y malos, no adoctrina, no sermonea, no nos invita a rasgamos las vestiduras. Simplemente, narra los acontecimientos en un tono familiar, sincero, que antepone lo humano a lo moral. Esa actitud respetuosa les permite a los autores encontrar matices significativos en la realidad: ciertos verdugos, por muy maléficos que parezcan, también pueden movemos a la compasión; ciertos mártires, por muchos golpes de pecho que se den en nombre de su inocencia, también contribuyeron a forjar su propio fracaso. Sin embargo, aquí no se trata de descalificar ni a los unos ni a los otros, sino de escucharlos con atención. Todos tienen algo importante que decirnos acerca de la sociedad a la cual pertenecemos. El hecho de que varios de ellos hayan incurrido en actos reprobables, no justifica excluirlos de nuestra memoria urbana, pues ésta quedaría incompleta y sería, además, engañosa. Se entiende que tales personajes no cuenten para los gacetilleros oficiales, porque, al fin y al cabo, como bien lo apuntó el poeta andaluz Manuel Alcántara "lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra”. El presente volumen de crónicas, al restaurar esos testimonios de los excluidos, invita a reparar esta vieja injusticia.
Me gusta, además, el tono de la mayoría de las historias: espontáneo y, sobre todo, balanceado. Lo dramático es descrito sin sensacionalismo, como ocurre con el taxista cuya mujer es baleada accidentalmente por un amigo de ella. Lo sucio -parte de la realidad- es mostrado sin falsos remilgos y contrastado con lo cómico, como sucede con la prostituta a la que el administrador del burdel le da un ultimátum, debido a que lleva varios días sin ser escogida por los clientes. Aquí los cronistas no sólo narran las tragedias sino que también se preocupan por buscar en el contexto los rasgos admirables de las víctimas. Eso es evidente en el relato sobre John, el muchacho acribillado por la policía en una revuelta estudiantil: se cuenta su muerte, se plasma el duelo de su familia, pero también se nos dice que el chico era dueño de una gran disciplina y quería ser como Albert Einstein. Lo que brota como consecuencia de la sinceridad en el lenguaje y del equilibrio en el enfoque, es un libro bastante honesto que uno, como lector, siente cercano.
Al doblar la última página del libro, acuden a la memoria algunos datos que, a pesar de ser aparentemente menores, resultan inquietantes y reveladores. Entonces reaparece la sabía sentencia de Flaubert: "en los detalles está la verdad". Un primer caso que vale la pena traer a cuento es el de Wendy, la joven menor de edad que sufre un desengaño amoroso y luego se cambia el nombre de pila por el de Penélope. Aunque la muchacha no haya leído a Homero, el dato no deja de ser sugerente: también ella espera a un Ulises. En la historia de John, el estudiante asesinado por la policía, hay varios detalles premonitorios que sobrecogen al lector, porque en ellos se anuncia ya el sino trágico: cuando aún era un bebé de brazos, John sobrevivió a la ictericia. Después, cuando apenas contaba dos años, su madre vio caer frente a ella a dos hombres asesinados. Y más tarde, fue detenido dentro de un bus en un retén de los guerrilleros. También en la crónica sobre Paché, el navegante capturado en Estados Unidos con cocaína y dólares ilegales, abundan los apuntes de calidad periodística. El personaje cuenta, por ejemplo, que para finiquitar sus turbias maniobras prefería los lugares públicos, pues aunque aparentemente estaban expuestos a la vista de todo el mundo, eran más seguros. Además, Paché aporta consideraciones oportunas sobre las cárceles: para sobrevivir allí dentro, dice, la única opción es enrolarse a una cualquiera de las manadas que bregan por imponer sus códigos a la fuerza. Por naturaleza, los hombres se tornan competidores y territoriales cuando están aglomerados, y más si es en un antro donde el respeto se encuentra asociado a la capacidad de intimidación. "Probar finura': le llaman los reclusos en su jerga de las alcantarillas. Vuelve entonces la ley de la jungla, troglodita, bárbara. Vuelve el primate a menear su larga cola y a blandir su garrote. Algunas de las criaturas derrotadas que circulan por estas páginas van dejando, al desgaire, frases que nos obligan a reflexionar sobre la condición humana. Como lectores, agradecemos el retorno a estas verdades elementales pero necesarias.
Un detalle me sigue rondando por la cabeza. El autor de la crónica "Yagé" tiene la curiosidad de probar la bebida que protagoniza su historia. La noche en la cual, finalmente, se celebra el ritual, el chamán le pide mantener los ojos cerrados para que sea válida la ceremonia. Pese a la advertencia, el periodista abre los ojos porque siente la necesidad de ver lo que está sucediendo. A algunos quizá les parezca algo irrelevante, pero a riesgo de sonar exagerado yo quiero interpretar ese hecho -aunque sea un tanto casual- como una defensa magnífica de la observación. Quien acepta dócilmente mantener los ojos cerrados, a lo mejor pueda llegar a ser un estupendo conejillo de laboratorio, pero para elaborar crónicas de interés, para hurgar en el alma de las personas y captar la esencia de las atmósferas, hay que abrirlos, como hicieron casi todos los responsables de este libro.
En relación con los autores, a propósito, hay dos circunstancias que me llaman la atención: la juventud de los muchachos y el hecho de que, salvo una persona que estudió comunicación social-perio­dismo, todos ellos terminaron carreras que no tienen nada que ver con el asunto de contar historias de no ficción: economía, negocios internacionales, administración de empresas, derecho, ingeniería de sistemas y contaduría pública. Es evidente que a lo largo del proceso, que incluye selección de los temas, trabajo de campo, enfoque de los relatos y escritura de los textos, ha habido un capitán que ha motivado a su tropa con voz afectuosa y ha propuesto los ajustes de rigor con pulso firme. Ese criterio editorial soterrado, minucioso, es la armadura que sostiene en pie todo el edificio. Gracias a él, hay unidad. Gracias a él, los diferentes violines encajan armónicamente en la ejecución de la partitura. No es común que las universidades colombianas respalden hasta las últimas consecuencias estos proyectos encaminados a construir memoria desde la perspectiva de los estudiantes. Muchas de las que he conocido, pese a que ofrecen la carrera de comunicación social-periodismo, no plantean una exploración seria y trascendente del entorno. Algunas fundan periódicos y revistas, claro, pero a ratos pareciera que lo hicieran más para aliviar sus conciencias y contar con una herramienta de penetración ideológica, que para proponer modelos adecuados de leer e interpretar la realidad social. En ese orden de cosas, el libro que nos ocupa viene a ser una apuesta valiente.
No todos los autores -justo es advertirlo- son aventajados. Algunos matan al tigre y luego se asustan con el cuero: valga decir, plantean conflictos interesantes que luego no saben cómo resolver. Otros caen en la trampa de comportarse como amanuenses de los personajes y creer ingenuamente en las mismas supercherías que estan tratando de narrar. Y otros tienen dificultades a la hora de rematar las historias y por eso no son capaces de cerrar sus faenas con broche de oro. Pero tales desniveles de la forma no estropean la calidad general del fondo. Además, el libro incluye varios relatos formidables que podrían publicarse sin titubeos en cualquier medio impreso de categoría. La crónica "El cinturón de fuego': que se ocupa del crimen de un estudiante, lo hace sentir a uno plenamente justificado como lector: está escrita con vigor narrativo, es ágil, aguda, llena de datos precisos y asombrosos. La autora dispone de un completo repertorio de técnicas que evidencian su talento: sabe narrar a través de escenas, sabe desarrollar acciones paralelas, sabe saltar hacia adelante y hacia atrás en el tiempo. La crónica "El navegante ilegal': que nos presenta a un ex integrante de la Armada Nacional capturado en Estados Unidos por tráfico de drogas, es estupenda: fluida, amena, atizada por el buen uso de un testimonio que nos mantiene en vilo de principio a fin. Lo mismo puede decirse de "La ceguera", un texto conmovedor que nos pone en contacto con un ser humano bellísimo, sensible, corajudo. Este personaje, por cierto, describe su problema a través de una imagen literariamente maravillosa: "es una enfermedad en la que se va perdiendo el campo visual y sólo se puede observar lo que se tiene al frente, como si estuviera mirando a través de un pitillo: a los lados no se puede ver nada". Otras crónicas, como "Orejas, el vigilante de la 89", "Tatiana" y "Los temores de Villanueva" son también recomendables.
Este libro constituye un esfuerzo loable. Nos retrata en lo malo y en lo bueno, nos ayuda a comprender la cultura que nos tocó en suerte, nos ofrece algunas claves importantes para descifrar, en su esplendor y en su desastre, el país urbano al cual pertenecemos. Periodismo de hondo contenido social, testimonio vibrante de una época caracterizada por la intolerancia y las desigualdades. La última conclusión que nos asalta, después de terminar, su lectura, es la de estar frente a un libro que jamás será un periódico de ayer, como dice la famosa canción del maestro Tite Curet Alonso, porque no fue escrito para el olvido sino para la memoria.

Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963) es un reportero acucioso y un orfebre excelente de la palabra. Reconocido como uno de los mejores cronistas colombianos de los últimos tiempos, el encanto de sus crónicas radica en esa singular capacidad suya para escribir sobre la realidad como si la estuviera inventando, pero sin deformarla.

Cronista de las revistas SoHo y Elmalpensante, ha publicado los libros De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas, Los golpes de la esperanza y Diez juglares en su patio, este último en calidad de coautor.

Su texto El árbitro que expulsó a Pelé figura en la Antología de Grandes Crónicas Colombianas, de Daniel Samper Pizano. También fue incluido en la antología Años de fuego. Grandes reportajes de la última década, de Editorial Planeta. Su crónica La víctima del paseo figura en el libro Ciudadanías del miedo , publicado en español por la Editorial Nueva Sociedad y en inglés por la Universidad de Rütgers. Es coautor del libro Manual de Géneros Periodísticos (Ecoe Ediciones, 2005). Salcedo ha ganado, entre otras distinciones, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (tres veces), el Premio al Mejor Libro de Periodismo del Año (otorgado por la Cámara Colombiana del Libro) y el Premio al Mejor Documental en la II Jornada Iberoamericana de Televisión, celebrada en Cuba. En agosto de 2004, gracias a su perfil El testamento del viejo Mile , fue uno de los cinco finalistas del Premio Nuevo Periodismo FNPI-Cemex, entre 470 concursantes de 21 países. La distinción le fue entregada en Monterrey, México, por Gabriel García Márquez.
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Actualizó: NTC … / gra . Febrero 11, 2009 7:43 AM