jueves, 13 de mayo de 2010

AGUA CLARA EN EL ALTO AMAZONAS. Marco Tulio Aguilera. Presentación de la novela por Joaquín Díez-Canedo.

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PALABRAS PRONUNCIADAS POR JOAQUÍN DÍEZ-CANEDO, director del Fondo de Cultura Económica, EN LA PRESENTACIÓN DE LA NOVELA "AGUA CLARA EN EL ALTO AMAZONAS" de Marco Tulio Aguilera
8 de Mayo, 2010. Puebla, México.
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El hecho de que el autor de Agua clara en el Alto Amazonas, novela publicada por Fomento Editorial de la Benemérita Universidad de Puebla, me haya dedicado su obra, es un hecho consumado y hay que asumirlo. Yo conozco a Marco Tulio desde hace mucho tiempo, desde que ganó el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí en el 90. A raíz de eso tuve el gusto de publicar en Joaquín Mortiz su libro, que se llamaba Los grandes y los pequeños amores. A la sazón estaba en la Dirección de Literatura del Instituto de Bellas Artes Guillermo Samperio y se había propuesto un cambio a la Colección de libros del Premio San Luis Potosí. El cambio era incluir una foto del autor que ocupaba toda la portada, asunto que debió hacer muy feliz a Marco Tulio, sobre todo porque entonces que era un hombre mejor parecido que ahora. Lo conozco entonces desde hace más de 20 años y cuando llegué a hacerme cargo de la Dirección Editorial de la Universidad Veracruzana encontré que Marco era un colaborador de esta editorial y me dio mucho gusto reasumir una conversación y volver a trabajar con él. Fue en la Editorial donde Marco me dio a leer un borrador de su novela Agua clara en el Alto Amazonas. Cuando apareció publicada la novela me di cuenta que estaba dedicada a mí de la siguiente manera: “A Joaquín Díez-Canedo, quien corrigió el destino”. Vale la pena explicar esto: la dedicatoria tiene que ver con una observación o con un comentario que le hice al penúltimo borrador de su novela. Uno no sabe si está bien lo que le aconseja a un autor, como no sabe si está bien lo que le aconseja a los hijos. A veces uno hace comentarios y luego tiene que asumir la responsabilidad de sus palabras. El caso es que Marco atendió a mi solicitud y cambió el final de la novela. No sé si fue correcto este cambio. Eso lo tienen que decidir los lectores, que posiblemente nunca conocerán el destino que yo torcí. Había en la novela anterior una especie de “efecto de fruta agusanada”. No hay sorpresa más desagradable que tomar una fruta hermosa, cortarla, írsela a comer y descubrir que está agusanada. El caso es que en la novela inicial que yo leí un explorador de la Amazonia se enamoraba de una indígena huitota, se aproximaba a lo que parecía una criatura casi perfecta y súbitamente descubría que estaba podrida. A mí me rompió el encanto esta destrucción de la belleza y se lo dije a Marco Tulio, quien tomó en cuenta mi observación y al corregir la novela le dio un vuelco, para que la fruta perfecta, la mujer, no estuviera corrompida. No quiero adelantar más detalles para no echar a perder la lectura. No sé si Marco aceptó mi sugerencia porque trabajaba bajo mis órdenes y porque tal vez lo tomó como una instrucción.
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¿De qué trata esta novela que en realidad es muy corta? Como toda novela interesante de un escritor experimentado como lo es Marco es una obra narrativa que corre con otro ritmo, con otra velocidad. A mí me gustaría hablar de sus parentescos, de cómo se inscribe en una tradición, en una serie de intenciones que son paralelas a las obras de otros autores. A la hora de estar leyendo para mí es muy interesante rastrear en los libros las huellas de otras obras, las fuentes de las que se alimentó el autor, las correspondencias, los vasos comunicante. Si uno ha leído docenas de libros con temas semejantes, empieza a encontrar la red que se teje, cosas que algunos llamarían influencias, pero que para mí más que eso son diálogos, coincidencias y confluencias. Agua clara en el Alto Amazonas se inscribe en una tradición ya larga, pues se ocupa de temas comunes que ya han sido tratados por muchos autores. Ya lo decía el Eclesistés: no hay nada nuevo bajo el sol. A mí me llamó la atención buscarle parientes a esta novela, sin duda no necesariamente deliberados, no necesariamente son buscados, pero existentes. La novela de Marco se relaciona con una carencia o con una intención o con una ilusión o con algo que tiene todos los años que tenemos, no nosotros, sino toda la especie humana: creo que tiene que ver con la búsqueda del paraíso. En realidad si uno lo piensa, ni siquiera mucho, el edén obviamente nunca existió, es un ideal, es más que todo una aspiración, no es un origen, ni siquiera tampoco posiblemente un futuro o un punto de llegada, simplemente es un deseo, una aspiración. La obra de Marco explora en busca de la verdadera naturaleza de la naturaleza humana. Coloca a su protagonista alejado o fuera de toda esta sociedad humana contemporánea que es tan compleja. La historia de esta humanidad que nos ha tocado es una historia llena de horrores y atrocidades. Marco Tulio actualiza la historia del buen salvaje. El hombre fuera de toda influencia de la sociedad qué es: ¿un ser bueno o un ser malo? ¿Qué tipo de ser es el hombre fuera del tejido social?
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Tengo que alabar la edición del libro de Agua clara en el Alto Amazonas: no tiene erratas, pero tiene un par de errores: uno es la repetición equivocada del número de variedades de especies ornamentales que habitan la cuenca del Amazonas; el otro es confundir El llamado de la selva, que es un libro de Jack London, con El corazón de las tinieblas que es un libro de Conrad.
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En el caso de Marco Tulio es muy difícil separar al narrador del autor porque es un hombre que dedica mucho tiempo a resaltar su presencia real como escritor. No elude el encuentro con sus lectores, más bien lo busca en conferencias, presentaciones y mediante un blog bastante nutrido y vigoroso, que tiene muchos visitantes. Claro que esta exposición no es en su caso solamente un mecanismo promocional sino que es parte de su estrategia literaria, de su forma de ser y estar en el mundo. Marco Tulio siempre ha buscado confundir el narrador con el autor, eso signa su literatura, y tal estrategia se traslada directamente a esta novela: el lector ingenuo siempre piensa que el narrador es el autor. El narrador experto, en el caso de Marco, sabe que el narrador es el autor. La tesis de que el hombre, dejado inerme ante ciertas circunstancias, llega a la degradación total, está presente en esta novela. Ello remite directamente a Kurtz, protagonista de El corazón de las tinieblas, que encarna el horror que yace en el fondo del alma humana. El corazón de las tinieblas es la historia de un hombre, funcionario de una empresa de caucho o de marfil en el Congo, que aislado de la civilización, se transforma en un monstruo. En esta historia la tesis es que el hombre es malo: fuera del contrato social, retiradas las ataduras de la moral que le impone la sociedad, el hombre es una bestia. Tal parece ser la tesis de Conrad. Hay otra novela que plantea el mismo tema, una obra un poquito más inocente, pero no menos cruenta: El señor de las moscas. Un avión cae en una isla y unos chicos se salvan y comienzan a vivir aislados del mundo. Poco a poco reproducen lo peor de la civilización y terminan dejándose dominar por una naturaleza perversa que los lleva a cometer atrocidades y ritos feroces.
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Se traslada el protagonista de la novela de Marco Tulio a otro lado, a otro mundo, un lugar intocado, virgen, por Araracuara, en la Amazonia Colombiana. Alguna vez leí en National Geographic un libro donde se hablaba de la exploración de unas mesetas en una sierra de Venezuela, parecidas al Tepozteco, aquí en Morelos. Allí había formaciones muy antiguas que se mantuvieron aisladas del resto del mundo; allí se encontraron gran cantidad de especies menores desconocidas. Esas mesetas eran como islas en tierra firme, unas cimas localizadas en serranías muy escarpadas en donde no había estado el hombre nunca. Allí se encontraron batracios, flores, animales y plantas que no existían en otras partes del mundo. Cuando leí aquello pensé que esas mesetas eran el último reducto donde nadie había llegado. Y luego, leyendo la novela de Marco Tulio, me surgió la idea de qué pasaría cuando se acabaran los lugares por conocer y me pregunté dónde quedarían la fantasía, la imaginación, el misterio. Gran parte del encanto del mundo reside en la idea de imaginar un lugar que no existe. De ahí surge la palabra, el concepto, de utopía. La imaginación es algo que alienta al hombre a vivir. Eso es indudable. Y es ahí donde reside el encanto del arte. La alimentación de la ficción y de la literatura depende un poco de la existencia de esos lugares. En esos territorios inhóspitos hay escenarios de situaciones inéditas y me parece que eso es un gancho, un aliciente, un motivo para la ficción. También me llama un poco la atención la historia de los lugares fantásticos, la realidad inédita de lo desconocido, y la dificultad para trazar un mapa del mundo que queda o quedaba por descubrir. Hasta la Edad Media comienzan a verse esos mapas. Antes la idea de hacer un mapa era una cosa que nadie se planteaba. Había quien sabía cómo llegar a esos lugares lejanos de la civilización y tenía las referencias para encontrar el camino; había quien sabía navegar por las estrellas o por otros medios. Cuando se empezaron a dibujar los primeros mapas, éstos tenían una frontera a partir de la cual se pintaban todos monstruos imaginados. Los mapas de la Edad Media tienen unas zonas que se califican de terra incógnita, lo que quiere decir que no se sabía qué había en esos lugares. Imagino yo que la primera vez que la gente vio un cocodrilo se llevó un susto tremendo. Y cuando esos viajeros llegaban a contar sus historias, esos animales que habían visto ya se habían convertido en dragones, un hipogrifos o quimeras. En todas estas aventuras de conquista estaba latente la perfecta novela: El corazón de las tinieblas. Surgieron los lugares mitológicos: la Atlántida, El Dorado, la Amazonia, y aparejados con esos territorios fabulosos la idea de que había cíclopes, dragones, mujeres que montaban a caballo y que tiraban con arco y a quienes les faltaba un pecho, lo que era conveniente para el tiro del arco. Muchos conquistadores buscaban esas quimeras, soñaban con ellas y eso dio origen a una serie de crónicas fantásticas. Después de las novelizaciones de lo que se halló en esos territorios, comenzaron a hacerse inventarios de la fauna, de la flora y de los recursos; Humboldt y luego Darwin trataron de poner un orden en tanta fantasía e hicieron clasificaciones de especies.
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Ahora en el siglo XXI ya quedan pocas cosas por descubrir y sin embargo la literatura sigue sustentando la posibilidad de que existan. La pregunta sobre qué pasa cuando al hombre se le retiran todas las relaciones sociales sigue siendo vigente. Defoe en Robinson Crusoe pone a su protagonista en una isla aislada de la civilización. Tema que se repetiría en El señor de las moscas, novela en la que un grupo de niños pequeños se ve abandonado en una isla y comienza a organizarse y a reproducir costumbres de sociedad primitivas. Allí se reproduce la civilización entera, con todos sus vicios y atrocidades. Defoe es más optimista: de alguna forma Crusoe restablece la civilización. Hay una novela mucho más interesante, es una de Turnier, en donde tenemos un Robinson de otro tipo, que finalmente acaba primitivizándose y renunciando a sus prestaciones civilizatorias y enamorado de la isla misma.
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Quiero relacionar el tema del viaje a lo desconocido con el tema del deseo y con el tema de la sexualidad y el erotismo, constantes de la narrativa de Marco Tulio. La idea del viaje a lo desconocido, a lo virgen, mantiene el interés de Agua clara en el Alto Amazonas. La primera virginidad que conocemos es la de las once mil vírgenes, que en el caso de la religión católica es nada más una. Y se presenta la virginidad no necesariamente como algo virtuoso sino como un misterio que se debe develar. La selva virgen, la selva que nadie ha hollado, que nadie ha penetrado, es una obsesión de muchos escritores; el tema de qué había en un sitio antes de que alguien lo huelle, lo penetre, de qué es esa cosa intocada que estaba ahí, intacta, prístina, es muy atractivo. Probablemente uno de los motores fundamentales de la novela de Marco Tulio es la imposibilidad de conocer a ese ser aislado, una indígena huitota que luce una inquietante sonrisa. Ello tal vez porque en el momento en que uno tiene ese contacto con el otro, ese otro ya deja de ser virgen. Llegar al fondo de ese ser, en este caso, una mujer indígena, es como penetrar una selva intocada. Por ahí anda también el tema del plus ultra que fue la divisa del imperio español: el más allá, lo otro, lo qué hay más allá de lo que yo conozco, lo que está afuera. Me parece interesantísimo el planteamiento narrativo de Agua clara en el Alto Amazonas, creo que es un ejemplo muy bueno. La obra es una novela que reclama su lugar en la gran tradición de la literatura de viajes. No voy a hacer una teoría de la novela del viaje, de la road novel, digamos que el Quijote es una de las primeras road novel, nada más que el protagonista en lugar de montar un vehículo monta un caballo y va acompañado por Sancho Panza y un burro.
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Agua clara en el Alto Amazonas es también la obra del desasimiento, del cambio, del despegarse de las referencias que uno tiene y del echarse a andar por un lugar donde le suceden una serie de peripecias, producto de mudarse de donde uno está. Muchísimas novelas están basadas en la anécdota de una persona que súbitamente se va, desaparece de su entorno habitual. Esta anécdota es un enorme pretexto narrativo, tanto que es un subgénero. El viaje permite que la persona se autoanalice y cambie, de modo que el viaje se transforma en una aventura interior sin dejar de ser una aventura exterior. Creo que la novela de Marco Tulio tiene parientes muy inmediatos en el siglo XX: Los pasos perdidos, por ejemplo. Como sabe todo el mundo que lea el blog de Marco Tulio y que conozca su literatura, este autor está obsesionado por las mujeres y sus misterios.
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En realidad la novela teje dos historias de viajes: una crónica de un viaje real de un académico universitario a la selva y una novela en la que se narra un viaje imaginario de un personaje muy semejante al que hace el cronista de la primera historia. Estas dos historias se confunden, se relacionan y se fecundan. En las dos líneas narrativas los protagonistas asumen actitudes cínicas, pero de un cinismo al estilo de Diógenes: los dos pretenden vivir con pocas cosas y aislarse del mundo para recuperarse a sí mismos. Hay dos tipos de viajes: uno el exterior, en el que hay muchas anécdotas, aventuras y peripecias; y otro, el viaje interior, en el que tales aventuras propician una transformación. El protagonista (los protagonistas) se conocen a sí mismos al conocer el mundo. Vale la pena destacar la identificación que el autor hace entre estas fantasías de viajes exteriores y las de tipo erótico. Lo que está más allá no solamente es el mundo desconocido y exótico, sino la mujer, la otra mujer. Todo en esta novela apunta a convertirse en una metáfora de la mujer. El aventurero va en busca de una mujer y no sólo de un territorio. Los que conocemos la narrativa de Marco Tulio sabemos qué él considera el deseo como motor y como razón del mundo. Y el deseo, pues claro, no podía estar ausente de esta novela. Toda la obra está sembrada de anécdotas que me recordaron las de José Luis Cuevas, sus aventuras eróticas que uno no sabía si eran reales o imaginarias. Lo que en realidad no importa. Agua clara en el Alto Amazonas es una llena de niveles. Más allá de las aventuras en la selva y las aventuras amorosas o eróticas está un respetable nivel filosófico, una reflexión sobre lo que es o puede ser el hombre. Los escenarios de Agua clara en el Alto Amazonas son escenarios llenos de gran desmesura, se pueden sentir los caudales vigorosos de los ríos, la altura de los árboles, el peligro constante de un territorio salvaje. Se percata uno en esta obra que la naturaleza no necesita del hombre, sino que más bien lo padece. Existe también otro nivel: el estilístico: la novela está llena de metáforas vigorosas, de frases afortunadas que se suceden unas a otras, con una economía de recursos que sólo un narrador tan ducho como Marco Tulio puede soltar con tanta soltura y sin amaneramientos. Es un narrador poderoso, con una habilidad que obliga a que uno se tire de cabeza en la novela y se vea arrastrado hasta el final. Una o dos tardes bastan para terminar de leer esta breve obra. Marco Tulio con su narración derrumba la crítica, se va ganando al lector, lo va convenciendo, lo va emborrachando en una especie de vorágine contra la que no hay nada que hacer más que dejarse llevar. Al principio el lector se ve en la disyuntiva: ¿le creo o no le creo? A las pocas páginas esta novela derrumba las barreras y el lector no tiene otra alternativa que entregarse. Marco es un autor experimentado que usa una serie de artimañas que marean y envuelven al lector. Frases impresionantes, felices. Algo muy particular en esta novela es que hay en ella algo de ensayo. A veces recordaba El amor en los tiempos del cólera y en ocasiones pensaba en las novelas de Mutis: comparte con ellas un ambiente, un territorio, incluso un lenguaje que los buenos narradores colombianos han patentado como suyo. El territorio de Araracuara, donde se desarrolla la historia de Agua clara en el Alto Amazonas podría ser el escenario de las novelas de Mutis, pero Agua clara en el Alto Amazonas tiene un color muy personal, que sólo Marco Tulio podría darle. Un detalle que vale la pena destacar: es la virtud de que se puede leer como una novela de aventuras y se puede leer como una novela filosófica, de profundización en la naturaleza humana. Esta complejidad sólo la puede conseguir un narrador como Marco Tulio Aguilera.
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Actualizó: NTC … / gra . mayo 13 , 2010, 12:25 PM // mayo 20, 2010. 8:49 AM.
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