sábado, 21 de julio de 2012

"María" o la eternidad del corazón . Por Eduardo Carranza. Discurso del Centenario de María. Teatro Municipal de Cali. Junio 17, 1967.

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 Publica y difunde: NTC …Nos Topamos Con 
* Se actualiza periódicamente. Julio 21,  2012

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"María" o la eternidad del corazón 

 Por Eduardo Carranza. 
Discurso del Centenario de María.
 Teatro Municipal de Cali. Junio 17, 1967

Publicado en Lecturas Dominicales, EL TIEMPO
 Julio 2, 1967. Páginas 1 y 8 



Copiadas de allí y editadas y publicadas aquí por NTC ... 



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1967      Lee en el Teatro Municipal de Cali "María o la eternidad del corazón", en el acto en que se conmemora el centenario de la publicación de María. Publica en Madrid, La poesía del heroísmo y la esperanza y en Bogotá El corazón escrito. 
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PÁGINA 1

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PÁGINA 8

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NTC … agradece a la escritora Gloria Serpa-Kolbe  la colaboración al enviarnos (25 julio 2012) el texto y autorizarnos la publicación, lo cual hacemos más adelante en este blog.
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Sobre Eduardo Carranza en NTC ... 

CALI EN MI CORAZÓN. Por Eduardo Carranza. Placa en el PARQUE DE LOS POETAS en Cali.


Allí enlace a 
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Eduardo Carranza
1913 a 1985
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 Publica y difunde: NTC …Nos Topamos Con 
* Se actualiza periódicamente. Julio 21,  2012
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María  o la eternidad del corazón.

Carranza, Eduardo. María  o la eternidad del corazón. El Tiempo L.D. Bogotá, 1967. Centenario de María, novela de Jorge Isaacs.

NTC … agradece a la escritora Gloria Serpa-Kolbe  la colaboración al enviarnos (25 julio 2012) el texto y autorizarnos la publicación.

Estamos reunidos aquí para uno de los actos más tiernos, más conmovedores y profundos a que pueda sernos dado asistir en nuestros días mortales: para rendir homenaje a un poeta y a una poesía: en un acto en honor y desagravio a Jorge Isaacs, un poeta romántico. Así como suena: un poeta romántico porque Isaac perteneció a su tiempo, que es la única manera de pertenecer a la historia. No fue, como han querido algunos por pedantería, algunos otros por insidia, y otros a fuerza de no leerlo, no fue un académico regresista ni un narrador dulzón, para idílicas adolescentes. Fue un escritor clásico, es decir creador, es decir renovador, es decir libre, poderoso, sanguíneo.  Todavía nos llegan, su calor vital, el hálito de su profundidad guerrera y creadora, su simpatía y su mudo entero vivo y viviente de ser hombre. Yo lo veo atravesando, nuestro morado, patético y enardecido siglo XIX con su amorosa epopeya sobre el corazón. Le veo cortando ríos con su pecho, trepando riscos y galopando llanuras, puesto el oído sobre el corazón de esta patria porque, ante todo, en su basta obra de escritor, como en su hazaña de hombre, late un amor desesperado y esperanzado por este amado y soñado y sagrado terrón del mundo que es Colombia, humedecido por la sangre y los sueños de los que nos antecedieron. Y estamos aquí también para renovar nuestra declaración de amor a María, azul como las venas de la música. A María de pie bajo las enredaderas; a  con su jazmín de lágrimas; a María que es una hebra azul de la bandera colombiana. Que es una golondrina azul posada para siempre sobre el hombro en nuestra patria. A   poesía. A María melancolía. Y abramos aquí u paréntesis: (no faltará el señor que pregunte: ¿y la poesía para qué?) pues infortunadamente para la generalidad de nuestros príncipes o principales la poesía es una ineconómica actividad contemplativa. Se ha olvidado que para el hombre lo más importante puede ser algo que no es de este mundo. ¿No es angustioso pensar que si diéramos por completo clausurado el ciclo humano que se abrió con el humanismo, la contemplación y la poesía, el hombre puede volver al hormiguero? De todos modos este mundo traidor en que vivimos se va pareciendo –desde el comunismo de tipo eslavo, hasta el comunitarismo capitalista de estilo anglosajón-, se va pareciendo a los antiquísimos imperios prehistóricos (asirios, etruscos, incas, aztecas), con su cultura de rebaño y su perfecta organización de hormiguero arcaico.

(...)

Lo que no advierte ese señor es que él, justamente él, vive como vive porque hay, porque ha habido poetas. Nombremos simplemente al poeta Cristóbal Colón, al poeta Gonzalo Jiménez de Quesada, a ese gran poeta que es el pueblo y a otro gran poeta llamado Simón Bolívar. Una vida social civilizada, o si se quiere, una comunidad histórica, necesita, para igual, los alimentos terrestres, y los otros, vale decir nuestras palabras cubiertas de cotidiano polvo terrenal o de mágico, dorado polvo sideral.

Es también justo y bueno y saludable, recordar de vez en cuando la absoluta necesidad de la poesía como atmósfera de la vida humana.  Más allá de los poemas y los versos.  Si la poesía como valor ambiente de la vida cotidiana desapareciera, los mismos que se preguntan para qué sirve la poesía, esos mismos se sentirán de súbito como inválidos, como si les faltara el sueño, el corazón o el despertar. La poesía también es acción, acción latente y concentrada que a veces se detiene en la punta de las palabras, de los dedos, y a veces se dispara, ebria y lúcida en heroísmo. La verdadera historia de un hombre, es la de los momentos poéticos que ha vivido; y la historia grande de un pueblo es la de sus más altos momentos de tensión poética y heroica. Vale recordar aquí, también, que un joven héroe español llamado Antonio José Primo de Rivera, dijo alguna vez estas palabras inmarchitables: “A los pueblos no los han movido nunca sino los poetas y a la poesía que destruye, hay que oponer la poesía que promete”.

“La poesía es el héroe de la filosofía” escribió Novalis a comienzos del filosófico siglo XIX. Es posible que sea también el héroe de la economía en este patético mediar del económico siglo XX.

Y no es ocioso aquí advertir a los escritores colombianos de todas las edades y pelambres que no podrán continuar, después de este acto de perenne presencia que han hecho Efraín y María por estos días, con sus mentecatas mesas redondas discutiendo si María tiene o no validez universal. Ya está bien de bizantinas disertaciones y de polémicas pedantescas, sobre la jerarquía y la calidad del libro insigne. María es una obra clásica por humana. Porque ella encarna en su palabra poética una zona luminosa de todos los corazones. La del puro amor idealizante y el ensueño amoroso, la del dolorimiento por lo que se fue, la de la lucha dramática del corazón contra el tiempo y contra lo imposible. Como el Quijote que es una obra clásica porque encarna la derramada generosidad sin límites, el anhelo de la honra, la sed de justicia, el afán de una fama culta y honesta y el ansia de inmortalidad. En María el protagonista es el corazón. Las ideas evolucionan, se transforman, mueren. Lo único que permanece es la eternidad del corazón. Por eso ahí está María y de allí nadie la mueve. Como una palmera blanca, como una columna de lágrimas, azuleando el aire de Colombia igual que un ramo de nomeolvides, atravesando por un siglo, como un río azul la poesía colombiana. Vamos a ver si sus detractores son capaces de escribir una novela que dure siquiera diez años. A María no la van a borrar, y de ello estamos absolutamente seguros, ni con un motín de obscenidades ni con melenudas asonadas.

Y a los otros, a los que sabemos, quiero decirles de frente lo que sigue: allá ustedes con su basurero, y déjennos en nombre de la libertad que tanto alegan, escoger a nosotros nuestros temas y nuestros paraísos. En primer lugar, al de “María”, allá ustedes hundiéndose lentamente en el tremedal de los instintos. Déjennos a nosotros sumergirnos en las aguas puras del corazón. Allá ustedes sumergidos hasta el cuello o, más arriba, en el pantano existencialista, déjennos a nosotros los espacios abiertos de la esperanza, la alegría y la melancolía. Es cuestión de gustos. Quiero proclamar esta noche el derecho de los sentimientos positivos. La ilusión, la fe, la esperanza, el amor idealizante y el honor a la palabra poética.

Y quiero también decir aquí y ahora, que en mi sentir, existe una conjura contra la tradición nacional, contra el estilo profundo de la vida colombiana, contra la veta genial de esta nación. Unos la sirven a conciencia, otros por beatería, esnobismo y vanidad, otros como idiotas útiles. Se trata, al parecer, de borrar todo rasgo de lo nativo, toda huella del estilo popular y nacional en las tareas artísticas y en el quehacer literario para reemplazarlos por manierismos importados y por aventureras fórmulas extrajerizantes. Se trata nada menos que de borrar el pasado colombiano. El pasado es para una nación lo que la memoria para el hombre. Una nación sin pasado es como un hombre sin memoria: pierde automáticamente su coherencia personal, su personal identidad. Su conciencia. Pero el pasado y la memoria no son algo mecánico e inmóvil sino que viven y se transforman de continuo. Porque “ni la memoria es un periódico atrasado”, ni la tradición un archivo inerte y polvoriento. Los dos, son fuerzas dinámicas y creadoras, porque lo que somos y lo que seremos están motivados en su raíz por lo que fuimos. No hay patria sin historia, que es la conciencia del propio ser. No hay nacionalidad sin una idea siquiera aproximada de su vocación y destino. Y una nación sólo obra válidamente cuando obra en el sentido que le determinan su propia índole, su tradición, su autenticidad prescritas en su historia, prefiguradas en sus héroes. Para hacer, hay que ser. El problema de lo que haremos está condicionado al problema de lo que hicimos. No basta levantar estatuas a nuestros héroes, escritores, conquistadores y libertadores, si les negamos o regateamos nuestra inteligencia y nuestro corazón. Si no ponemos a los pies de la estatua o junto a las tumbas nacionales nuestra voluntad de continuar su espíritu y encarnar sus sueños. Por ello resulta antinacional y descastada la actitud de quienes niegan la validez de Jorge Isaacs y de María. En Italia sería inverosímil que se pusiera en duda, siquiera, la alcurnia de Los novios de Manzoni. O, en Francia, la Atala de Chateaubrian.  O en Inglaterra La dama del lago de Walter Scott. O en España Don Juan Tenorio de Zorrilla. O, el Werther  de Goethe en Alemania. Estas son obras incorporadas al ser nacional de estos países, a su gloria, a su orgullo y a su honor, máximos libros clásicos, textos en las aulas y normas inevitables, y puntos de referencia en lo que alude a la palabra escrita con intensión de belleza. Por eso es bueno repetir que Isaacs es un héroe de la inteligencia colombiana y María, una vena azul de la patria.

Lo antes dicho me lleva a decir otra vez que ningún colombiano con ideas, ideales y creencias puede conformarse con una situación dada: la situación espiritual de nuestra Colombia de hoy. Para repetir, que urge una regeneración de la patria, y que si no la realizamos seremos históricamente enjuiciados por ausentismo o dimisión. Y que no hay regeneración patria posible sin una lúcida, honesta y valerosa vanguardia intelectual. Sin una honda y auténtica vida espiritual que consiste, ante todo, en buscar la verdad, en vivir en ella y proyectarla sobre nuestros prójimos o próximos.

Pues bien: nosotros escritores, artistas, maestros, letrados, gentes de cultura en general, solo pedimos al Estado, a la comunidad, crear las favorables condiciones necesarias para la vida espiritual en todos sus órdenes. Bienvenidas la técnica y la economía. Pero cuidado con la técnica sin alma. Y con la economía que pueda amenazar el legado histórico que debemos defender y conservar y pasar a los que vendrán, si queremos permanecer en la historia con signo diferencial y no ser literalmente borrados del mapa en un sentido físico y moral. La patria, decía Nietzsche, no es la tierra de los padres, sino la tierra de los hijos.

Los escritores reclamamos la suprema dignidad humana que es la de servir. Vivimos en una patria que en otro tiempo se llamó ateniense, y lo era en realidad, por su radiante jerarquía espiritual en el área del español. Colombia es, el primer productor de café suave en el mundo; emocionante realidad que nos ha traído alegrías, y sinsabores como los ojos negros de la vieja canción. Bajo el cielo de Colombia se derrumba el Salto de Tequendama. Venas de oro, de platino y de jazmín cruzan el cuerpo de mi patria, pero Colombia no es tan sólo la patria del platino y el café; la Colombia histórica, la más entrañable auténtica y medular Colombia, la patria espiritual en donde Caro, Isaacs, Pombo, Silva, Valencia y Barba Jacob cantaron. La patria en donde Mutis, Cuervo y Miguel Antonio Caro levantaron monumentos imperecederos de sabiduría. La patria dotada de esa cuarta dimensión incorruptible que son los trabajos a menudo secretos, callados y pasajeramente desdeñados de escritores, científicos, artistas y poetas.

Debo decir, aquí y ahora, que la herencia cultural -más anchamente, legado espiritual de los padres y los abuelos- está en peligro.  Por la irrupción de los colectivismos sin alma, por el desmoronamiento de la tradición y emoción nacionales y el desplome de la vida espiritual, de la moral colectiva, y de las antiguas virtudes y certezas que fueran razón y sustento de esta patria. Y también porque nuestra comunidad histórica y social está vendiendo su alma al diablo, vale decir, a las cosas visibles; a lo que es contable, rentable y tabulable*. Y porque los valores han sido sustituidos por los precios. Esta en peligro, lo repito angustiosamente, el legado de lo que podemos llamar los bienes raíces del alma.

La dimisión espiritual significaría para Colombia la dimisión histórica.  No podemos, ni queremos, ni debemos resignarnos a ella melancólica y cobardemente. Por ventura está situado en lo más alto de nuestra patria, como que se le ha confiado la custodia de la bandera,  un varón de letras que participa de todas estas patéticas preocupaciones y que es también un íntimo de la poesía como lo demuestra su presencia esta noche entre nosotros, que nos cubre de honor a todos cuantos movemos en Colombia una pluma para escribir en castellano imperial.

Ahora permítanme ustedes una personal y nostálgica referencia: hace 30 años se conmemoraba aquí el centenario del nacimiento de Isaacs. Al frente de estas solemnidades estaba el poeta Antonio Llanos, ahora dolorosamente inmovilizado, y a quien la gallarda y generosa ciudad de Cali vio muchas veces capitaneando sus afanes culturales. En este mismo escenario se oyó en una noche de abril de 1937 la palabra de Guillermo Valencia que, a veces se parecía al agudo grito del águila, y otras veces tenía la gravedad de una campana mayor, se oyó también aquí esa noche la docta, magistral y nobilísima palabra de Rafael Maya. Y yo puse un soneto mío como una rosa más en las trenzas de María. En los versos que ahora voy a leer he evocado aquellos días más jóvenes y hermosos:

… Mientras sueño estos versos, paseo, miro
por la ventana del hotel. Absorto,
el pensamiento sigue una canción
antigua. Y va juntando los ayeres
como espigas después de que han segado.
Ah! La vida fulgía como un ebrio
racimo y era un sábado perpetuo.
Este río cruzaba nuestro sueño
y el amor este río humedecía.
A la piel de mi alma siento aún
adherida la atmósfera de entonces,
hecha de alma y de aroma de jazmín
en donde palpitaban las luciérnagas.
El día como un rojo gavilán
volaba entre palmeras y cruzaba
una venada blanca con su cinta
azul. La juventud con una brasa
o un lucero en la mano atravesada
entre doncellas como una floresta
o una isla de árboles frutales.
¡Lo que una vez ha sido será siempre!
Somos memoria solamente, tiempo
con pisadas de música, de lluvia.
A veces en las playas del insomnio
vuelvo a encontrar los ángeles de entonces,
las voces por el tiempo sepultadas,
los besos por el tiempo apenumbrados
los pasos que llevaban al amor
cubiertos de silencio y de nostalgia.
Y oigo latir el corazón del tiempo
y el rumor submarino del pasado.
Oigo los sueños que suspiran y oigo
la luna andando entre palmeras, sola…
… Ahora nuestra vida es una carta
que podemos leer con los ojos cerrados…

Debo finalmente dar las gracias por la ocasión que se me ha brindado esta noche. Sólo puedo ofrecer el orgullo de no haber pertenecido a ninguna república de envidias. Y de haber soñado los más altos sueños nacionales. El orgullo de no haber escrito jamás obscuros cantos, ni invitaciones al odio, ni idas al arrabal de la persona humana. El orgullo de haber alzado contra el imposible, en medio del  camino de la muerte, la bandera de la vida, el amor, la esperanza, y  la ilusión juvenil. Talvez, al cubrirme esta noche de un honor inmarchitable, habéis querido honrar en mí a uno que sólo ha querido ser un lejano alumno de Platón en esta  época de la náusea, a un escudero del caballero Garcilaso en esta época sin caballería, a un que sólo ha querido ser un soldado de Bolívar, su padre, su amigo, su maestro, su capitán, su jefe única. A uno que nunca supo distinguir el rojo del azul en su bandera. (Como que la bandera circuló siempre, íntegra, por mi alma como un beso por la sangre de un enamorado) y, a uno para quien Cali sigue siendo la capital de su corazón.

Amigos míos del Valle del Cauca: os doy las gracias de nuevo y para ello escojo a dos personas: a una dama de sol y ensueño llamada Marta Hoyos de Borrero. Y un hidalgo vertical llamado Alfonso Bonilla Aragón. Amigos míos: gentes del mar y las ciudades, de las minas y de las aulas, del moreno cacao y de la dorada caña de azúcar, os saludo con el corazón puesto en Jorge Isaacs y en su María. Y os deseo que el sol de Dios os llene, como en el verso de don Antonio Machado, de alegría, de paz y de riqueza.
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Carranza, Eduardo. María  o la eternidad del corazón. El Tiempo L.D. Bogotá, 1967. Centenario de María, novela de Jorge Isaacs.
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