jueves, 6 de diciembre de 2012

La serpiente sin ojos. William Ospina. Lanzamiento en Cali. Dic. 5, 2012. NTC ... Cubrimiento

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Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 

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La serpiente sin ojos
William Ospina

Lanzamiento en Cali
Diciembre 5, 2012

NTC ... CUBRIMIENTO
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LA INVITACIÓN

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NTC ... Anuncio e invitación:

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***  6 de diciembre, 2012. Cali,  6: 30 PM
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--- La serpiente sin ojosWilliam Ospina. Lanzamiento del libro en Cali. Intervención del autor. Presentación musical. Copa de vino. Invita y Lugar: Casa Proartes, Cra. 5, Calle  7.  Entrada libre. Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. //  NTC … ENLACES:
William Ospina - Colombia. La serpiente sin ojos. Novela. 15 de noviembre 2012, UN Radio. AUDIO
William Ospina - Colombia. La serpiente sin ojos. Novela. II entrega 22 de noviembre 2012 Un Radio. AUDIO
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EL EVENTO. NTC ... Cubrimiento
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José Zuleta interviene (texto más adelante) 
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NTC ... VIDEO  (5:51 min):
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Alberto Guzmán Naranjo* interviene (* Compositor, director de orquesta, pedagogo y actualmente director de la Escuela de Música de la Universidad del Valle. http://escuelademusica.univalle.edu.co/index.php/grupos/profesores-nombrados/  , http://sintesis.univalle.edu.co/saladelectura/catalogo_artes_humanidades.pdf
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http://www.youtube.com/watch?v=f8pUYz8D4bM
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Interpretaciones musicales:
(en el  video anterior se presenta este acto y su detalles)

 Las dos primeras interpretaciones son composiciones del Maestro Guzmán sobre los dos poemas de La serpiente sin ojos de William Ospina.
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MARIA CLAUDIA FERREIRA SALAZAR – MEZZOSOPRANO – DIRECTORA
Acompaña al piano Valeria Betancourt **
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NTC ...  VIDEOS (5)
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Página: 212 del libro

VIdeo: http://www.youtube.com/watch?v=rlgnlCvNstU
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Página: 280 del libro
Interpreta: RUTH MARIA CASTAÑEDA BRAND – SOPRANO
Al piano: Valeria Betancourt
Video: http://www.youtube.com/watch?v=zAdZZb4j-Tg .
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Si Buenos Aires no fuera así
http://www.youtube.com/watch?v=0KhmhA_nMmI
(Otra interpretación en: http://ensamblevocalcinco.com/escuchanos/ . Allí otras del Grupo) 
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Songoro Cosongo
http://www.youtube.com/watch?v=8_v6-kvtcZk
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William Ospina interviene 
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NTC ... VIDEO (37: 24 min)

http://www.youtube.com/watch?v=UJi8y6Hcuoo


CONVERSATORIO
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Video (6:28 min) 

http://www.youtube.com/watch?v=FLMjvIhDRAs

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Fotografías del NTC ... Álbum:
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Las auroras de tinta: recuerdos de una amistad.
Por José Zuleta

NTC ... agradece al autor el texto y la autorización para publicarlo.
    Querido William  
     Hace unos meses, mi hija, que vive en Puerto Rico, llamó entusiasmada porque había visto un anuncio en el que invitaban a una conferencia tuya. Su alegría era genuina, hablaba como si se tratara de alguien muy querido por ella, traté de comprender aquel alborozo. Recordé entonces que un día, le leí en voz alta tú ensayo sobre Charles Dickens, titulado El Betún y la tinta. Recuerdo la atención con la que escuchó aquel ensayo, el primero de su vida. Al final preguntó: ¿Papá, cierto que William era muy amigo de mi abuelo? Sentí algo extraño, celos diría. Le dije que sí, que eran muy amigos. Entonces evoqué aquella amistad. Acudieron a mi memoria las visitas que hacías a mi padre. Y más que nada, la alegría que irradiaba la casa luego de aquellas largas conversaciones. La célebre frase: “hay personas ante las cuales uno se hace más inteligente”, la escuché de sus labios, una noche, luego de que saliste sonriente por la puerta de nuestra casa. Seguí recordando. Vino a mi memoria un amanecer; hace 35 años, cuando tú, siendo ya, William Ospina, no eras aún, William Ospina. Yo tenía la edad que ahora tiene mi hija. En esas primeras horas de aquel día, cantábamos, decíamos poemas y reíamos. En medio de la velada nos preguntaste si conocíamos a un poeta nariñense llamado Aurelio Arturo; todos respondimos que no; entonces dijiste: voy a presentárselos. Y  nos revelaste aquel poema que comienza diciendo: “En las noches mestizas que subían de la hierba, jóvenes caballos, sobras curvas, brillantes, estremecían la tierra con su casco de bronce”. No sabíamos entonces que poco después, presentarías al mundo, en tu primer ensayo, a aquel desconocido. Recordé el día en que comenzaste a leernos las primeras líneas de Hilo de arena, tú opera prima. Y la vez que nos sedujiste para que leyéramos a Emily Dikinson, contándonos que ella decía de sí misma: “Mis ojos son del color del jerez que el invitado ha dejado en la copa”.  Recordé que un día mi padre recitó un poema que comenzaba: “Años de soledad años de prisa, la parábola el ala y el desgaste, después de aquellos años regresaste, iguales la mirada y la sonrisa”, luego nos preguntó: “¿Adivinen de quién es?” Era tuyo. Luego recordé la tarde en que leímos América, un poema que escribiste en 1.983, que terminaba así: “Y oigo al fin los cañones./ Acorazados cuerpos vienen ya,/ una nube cubre las grandes tierras./ Cristo sangra en las proas, / rebrillan las espadas y he de callar al soplo de banderas y salmos de hombres en cuyos rostros despiadados, morenos, nuestros rasgos se acercan. Seguí recordando… en 1.990 murió mi padre, y me hiciste conocer una versión que traducías del soneto N° 12 de  Shakespeare: recuerdo el final:
Por tu belleza entonces me interrogo y me digo
Que en  las ruinas del tiempo también tú te irás yendo,
Que dulzura y belleza han de marchar contigo

Y morir a medida que otros vayan creciendo;
    Que nadie contra el tiempo puede impedir tu olvido
    Salvo un hijo que luche cuando tú te hayas ido. 
Luego en 1992 en El país del viento, leí el poema Lope de Aguirre, que comienza con este verso: “Yo vine a la conquista de la selva, y la selva me ha conquistado”. Algo de premonición había en ese verso: estabas conquistado por aquella conquista. Recuerdo que el día que ganaste el Rómulo Gallegos por El país de la canela, un periodista dijo que ya habías conquistando América. Hoy querido William, estamos aquí en esta casa llena también de nuestra historia, tu familia y tus amigos de Cali, para saber de tus labios, por esa pasión que produjo una poética, tres novelas, y tantísimas auroras de tinta.  También  quería decirte que hoy antes de venir, envié a mi hija aquel soneto número 12.                          
J.Z.

William Shakespeare. Soneto N° 12 

Cuando cuento las horas que el reloj enumera
Y veo el bravo día caer en noche ingrata;
Cuando veo la violeta perder la primavera
Y rizos de azabache blanqueados de plata        
Cuando pierden los árboles las hojas amarillas
Que del calor guardaron al rebaño en su ruta
Y el verdor del verano ya anudado en gavillas,
Es llevado en su féretro con blanca barba hirsuta;
 Por tu belleza entonces me interrogo y me digo
Que en  las ruinas del tiempo también tú te irás yendo;
Que dulzura y belleza han de marchar contigo
Y morir a medida que otros vayan creciendo;
Que nadie contra el tiempo puede impedir tu olvido
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En busca de El Dorado
Por Luis Fernando Afanador
William Ospina, La serpiente sin ojos . Mondadori, 2012, 318 páginas
“A medida que avanzaba en ‘La serpiente sin ojos’ fui comprendiendo que ésta era, ante todo, una historia de amor”, dice William Ospina.
 "Nadie viajó tanto para encontrar su propia tumba". Buen epitafio para el conquistador español Pedro de Ursúa, que teniéndolo todo —amor, riqueza, prestigio—, se embarca en una expedición demencial por el río de "Las Amazonas" en busca de El Dorado. El adelantado Pedro de Ursúa es entonces de nuevo el protagonista del último libro de la saga. Lo había sido del primero, que justamente se titula Ursúa (2005) y cuenta sus aventuras en el territorio que hoy es Colombia. El segundo, El país de la canela (2008), centrado en la expedición que recorrió por primera vez el río Amazonas, comandada inicialmente por Francisco Pizarro, tiene como protagonista y narrador a Cristóbal de Aguilar, un mestizo hijo de conquistador, quien en La serpiente sin ojos (2012) retoma su función de narrador y actúa como baquiano y leal confidente de Ursúa.
La saga se ha terminado, el dibujo está completo. Ya podemos empezar a evaluar en toda su dimensión la propuesta de William Ospina. Él mismo sugiere un hilo conductor: "Con los años he aprendido que 'Ursúa' es un libro de guerras y 'El país de la Canela' un libro de viajes. Pero a medida que avanzaba en 'La serpiente sin ojos' fui comprendiendo que esta era, ante todo, una historia de amor".
Ciertamente es una bella y trágica historia de amor entre Pedro de Ursúa e Inés de Atienza, la hija de Blas de Atienza, uno los descubridores del Perú y, al parecer, de una princesa chimú de ciudadela de Chanchán. Inés heredó minas y encomiendas por parte de su padre y linaje imperial y belleza por parte de su madre: "Inés fue poderosa desde pequeña, y se vio reflejada en los ojos de aquel hombre que había descubierto un mar para llegar a engendrarla. Por eso decían en Chanchán que la noche en que murió Atahualpa nació un raza nueva". Como si fuera poco, la princesa mestiza muy joven duplicó su hacienda: su esposo, el encomendero Pedro de Arcos, por defender su honor, muere en un duelo con Francisco de Mendoza, el fanfarrón sobrino del virrey. La viuda, rica y hermosa, se enamora de Ursúa y él de ella: "Él había empezado por no verla y muy pronto sólo tendría ojos para ella". El guerrero implacable que había asesinado sin piedad indios y cimarrones, el conquistador con ansias de gloria, vacila por primera vez ante el amor y demora el inicio de la expedición en busca la ciudad de oro que ya se había puesto en marcha. Inés, seducida por el delirio y el verbo de Ursúa —como tantos en el virreinato, como el propio Cristóbal de Aguilar que había jurado no regresar al río endemoniado—, no solo se convierte en financiadora del viaje: contra toda sensatez se ofrece a acompañarlo. La serpiente ha entrado al paraíso. A la par del viaje, se ha puesto en movimiento la tragedia y la ironía del destino: "Ursúa, incasable cazador de tesoros esquivos, no advirtió que el destino había puesto en sus manos un tesoro verdadero, el jardín terrenal con la diosa en su centro, entre las palmeras".

Todo esto es historia conocida, ya fue contado por Juan de Castellanos en Elegías de varones ilustres de Indias o por Prescott en Historia de la conquista del Perú. ¿Cuál es el sentido de volverlo a contar, el mérito literario? Según lo ha dicho Ospina, a los hechos históricos, que sucedieron tal cual, sus novelas no le agregan nada. Tiene razón: son tan fascinantes en sí mismos que sería un gran error inventar. Volver a contar en el siglo XXI la épica americana, nuestros traumáticos mitos fundacionales: nunca estará de más recordarlos y, para muchos, aprenderlos. Sin embargo, esa función pedagógica y divulgativa, que resulta atractiva y popular, no le corresponde a la literatura aunque sea una fórmula ganadora. El aporte, finalmente, es el lenguaje, la alta temperatura lírica que hay en estas narraciones. Para bien y para mal y según los gustos: del barroquismo excesivo de Ursúa a la poesía más sobria deLa serpiente sin ojos. Y por supuesto, el punto de vista multicultural y ecologista -moderno-, visión que introduce Cristóbal de Aguirre, único personaje de ficción y quien no logra ocultar su papel de autor agazapado.
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'La serpiente sin ojos'
Por: Julio César Londoño
El Espectador .com . Opinión |11 Ene 2013 - 11:00 pm
Estoy seguro de que hace 15 años, cuando William Ospina descubrió los cien mil versos de Juan de Castellanos sobre la Conquista de América, no imaginó nunca que esa lectura lo obsesionaría hasta el punto de sentarlo a escribir un tríptico de más de mil páginas en prosa sobre el mismo tema.
Pero antes leyó los tres gruesos tomos de Castellanos, todos los cronistas de la Conquista, cuatro anaqueles del Archivo General de Indias de Sevilla y las góndolas pertinentes de la Biblioteca Nacional; recorrió Latinoamérica de arriba abajo siete veces, navegó por el Coca y el Amazonas y finalmente lo supo todo: las genealogías de los conquistadores, sus rutas, odios, miedos y ambiciones, la política de la Corona, las genealogías de los caciques, los nombres precolombinos de las frutas, los animales y las cosas.
Sólo entonces escribió Ursúa (2005), la primera novela del tríptico, la que cuenta la vida de Ursúa en “… mares de perlas y flechas con la muerte pintada de azul en la punta, muchachas bellísimas que se alimentaban de piojos, ranas más venenosas que diez mil indios y muchedumbres guerreras más silenciosas que la niebla y legiones de cristianos avanzando con el credo en los labios entre aldeas de brujos y selvas mortales”.
Esta primera plana le valió el Premio Rómulo Gallegos, el mismo que han ganado Gabo y Vargas Llosa, entre otros fulanos, aunque no faltaron los maledicentes que afirmaron, cual sabandijas españolas, que el premio estaba manchado de intrigas palaciegas y consideraciones políticas.
En el 2008 publicó un libro que narraba la expedición de Orellana por el Amazonas en busca de un bosque mucho más valioso que el oro, El país de la canela. En las últimas páginas, se empieza a sentir la potencia de la entidad que le dará nombre a la tercera novela. Es un pasaje donde el narrador, el mismo narrador embozado de todo el tríptico, se queda horas mirando las aguas del Amazonas, ese animal de limo y siglos, “ese río hecho de ríos, preguntándome cuántos secretos de mundos que no podía imaginar iban disolviéndose en una sola cosa, ciega y eterna, que resbalaba sin saber a dónde, llevándonos también en su ceguera a la disolución y el olvido”.
Pero el barco de Orellana, buscando utopías Amazonas abajo, es un juego de niños comparado con el objetivo de Ursúa en La serpiente sin ojos (2012): la navegación del río y el descubrimiento y conquista de toda la selva... para ponerla a los pies de Inés de Atienza, una viuda espléndida, sobrina de Atahualpa, una mestiza cuyo rostro tenía algo de la intensidad de los moros pero también la distancia indescifrable de los rostros indios, con esos ojos grandes y la risa llena de promesas y el cuerpo lleno de secretos.
En cada página hay rastros de la influencia de Castellanos. Y de Borges, el ubicuo: “Yo nunca había narrado completa esa experiencia porque me resistía a recordar las minucias de un viejo miserable, pero aquel hombre oyendo modificó para mí esos viejos hechos y comprendí que narrarlos me confería cierto poder sobre ellos”.
Y rastros de Gabo: “Ursúa le habló de la devoción de aquella india hermosa que lo rezaba al emprender sus campañas, que ponía ranas secas en sus alforjas, que perfumaba su lecho con hojas silvestres y que sabía amar como las ardillas y las salamandras”.
Y el rastro de Homero, cuando un español recita los nombres de todos los caballos que la expedición de Ursúa tuvo que abandonar un día en medio de la selva.
Y el estilo de Ospina, por supuesto, de su prosa tersa, barroca, tercamente anacrónica, a la medida del asunto; y su cerebro tan europeo y su corazón tan indio, la combinación precisa para contarnos bien, por fin, la primicia de ese suceso tremendo y moderno, la Conquista de América.

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