viernes, 21 de marzo de 2014

El enigma de la partida. Por Leonardo Valencia . Diario EL UNIVERSO, Guayaquil, Ecuador. Sobre: Cielo parcialmente nublado, de Octavio Escobar Giraldo

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El enigma de la partida
Por Leonardo Valencia ,  @leonardvalencia
Diario EL UNIVERSO, Guayaquil, Ecuador.  11 de febrero, 2014 http://www.eluniverso.com/opinion/2014/02/11/nota/2169846/enigma-partida
¿Por qué alguien se marcha de su país? Dejemos al lado, por un momento, las causas explícitas: crisis económica, persecución política, o la más radical de todas, la del exilio por la guerra. Dejemos también las razones de estudio, de nuevos trabajos, incluso las sentimentales. Puestas al margen, ¿habría otra razón por la que alguien se marcha no solo de un país, sino incluso de una ciudad a otra? ¿No será que estas personas responden a un temperamento particular? Kipling afirmaba en uno de sus ensayos que, a fin de cuentas, hay dos tipos de hombres: los que se quedan en casa y los que no. Y remataba: los más interesantes son los que se marchan. Por supuesto, las palabras de Kipling no hay que tomarlas como una respuesta. Como en todo gran narrador, lo que dice no resuelve un problema sino que abre posibles historias, es un detonante de la imaginación y de la crítica. De esas líneas podrían escribirse dos tipos de literatura: una que siga el recorrido inmóvil de quien no se marchó de casa, y otra que rastree la vida del que se marchó. He escrito novelas y cuentos sobre ambos temas. Lo que creo haber descubierto es que ningún hombre es superior a otro, ni el que se queda ni el que se marcha, pero todos –aquí o allá– pasan por el mismo problema: el paso del tiempo. Kipling tenía razón: quien se marcha es el más interesante porque a la larga todos nos marcharemos.
Volvamos al principio. Las razones de la marcha pueden ser infinitesimales, una suma y combinatoria de factores dispersos que generan un indescifrable impulso nómada. Una de las meditaciones más sugerentes sobre la marcha es la de Naipaul en El enigma de la llegada. El título, lo revela el mismo Naipaul, se inspira en el de un cuadro de Giorgio de Chirico, enigmático como todos los cuadros de este pintor, donde vemos una ciudad de estilo clásico, desolada, con las velas de un barco que insinúan un puerto y un mar que no podemos ver, y con dos personajes minúsculos y sombríos que se dan la espalda. Naipaul, casi con el tono del cuadro, parece pintar también en su libro el pensamiento de una vida errante. Al final cuenta un retorno brevísimo a su isla nativa, Trinidad, y concluye con una de las más contundentes líneas: “Nuestro mundo sagrado se había desvanecido. Cada nueva generación nos alejaría más y más de lo sagrado. Pero reconstruimos el mundo para nosotros mismos; cada generación lo hace”.
¿Y qué ocurre con el regreso? ¿O mejor dicho, con las visitas a casa del que se ha marchado? Perdido el drama de los exilios definitivos, la mayor experiencia contemporánea del desarraigo se caracteriza por el regreso ocasional de quienes pudieron marcharse por razones menos fatídicas. Aquí es donde una breve novela recientemente publicada en Colombia por Intermedio Editores, titulada Cielo parcialmente nublado, de Octavio Escobar Giraldo, abre caminos a la imaginación. Me acerco a ella porque sospecho que puede pasar desapercibida por razones que no tienen que ver con sus méritos sino con la etiqueta de lo que supuestamente se espera de la literatura colombiana.
Colombia sufre una de las mayores emigraciones por todas las razones que expuse al principio. Todas. Se dice que supera los cinco millones de emigrantes. La causa más visible ha sido la guerra en la que vive desde hace décadas. Para quien se interese por lo que ocurre en Colombia y conozca su realidad, ya no le valen los eufemismos de guerrilla y violencia sino la palabra verdadera: guerra. Pero hay quienes se marchan no necesariamente por esto sino por las razones infinitesimales que mencioné. Y por eso mismo pueden volver de visita. El protagonista de Cielo parcialmente nublado, Andrés, vive en Madrid casado con una mujer española, tiene una hija, y debe volver a su Manizales natal por un pequeño problema familiar. La mujer de Andrés, preocupada por el viaje de su marido a Colombia, le dice que tenga mucho cuidado. A partir de ese momento estamos bajo la amenazante barbarie. Lo que vemos es una sutilísima descripción de quienes, a diferencia de Andrés, se quedaron en Colombia: sus padres ya ancianos, su hermana divorciada, una antigua novia transformada en una fervorosa creyente de lo macrobiótico y el budismo zen y demás terapias; una antigua amante envejecida, y pocos amigos, porque también han emigrado, sea de Manizales a Bogotá, o a Estados Unidos. Al final, Andrés toma su vieja bicicleta de adolescente, que su padre sigue cuidando, y sale a dar un paseo en una de las escenas más reveladoras del libro. En todo eso está el enigma de la partida.
A quien lea esta novela le provocará una sorpresa muy peculiar el tipo de violencia que aborda porque ocurre en su condición de posibilidad. Son conatos que revelan una observación decisiva: son más los que sufren por el miedo y la amenaza que quienes lo llegan a sufrir en carne propia.
En este punto opera lo mejor de este libro: rebate esa expectativa por novelas colombianas que se ciñan al conflicto armado. Esta novela lo aborda desde el margen, es decir, desde donde lo vive la mayoría de la población colombiana. Está en las antípodas de esa otra gran novela que es Los ejércitos, de Evelio Rosero Diago, pero el efecto, si sabemos leerla desde sus sugerencias, es que sin haber ningún muerto a diferencia de la novela de Rosero Diago, la desolación puede ser igual de terrible. Tal como ocurre en otra novela donde nada es explícito sobre el narcotráfico y la guerrilla, como lo es Cartas cruzadas, de Darío Jaramillo Agudelo, una historia de amor y amistad donde también hay desarraigo y donde se palpa el principio de lo atroz. A esta segunda familia pertenece Cielo parcialmente nublado.
Para quienes viven fuera de su país y vuelven ocasionalmente, esta novela es un retrato vivo y actual. Para quienes se quedan en casa, como decía Kipling, es la muestra de que marcharse nunca es fácil y que, más bien, quien se marcha posiblemente carga y conserva la antorcha del pasado.
Lo que creo haber descubierto es que ningún hombre es superior a otro, ni el que se queda ni el que se marcha, pero todos –aquí o allá– pasan por el mismo problema: el paso del tiempo. Kipling tenía razón: quien se marcha es el más interesante porque a la larga todos nos marcharemos.
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8 de junio de 2013