jueves, 4 de junio de 2015

Óscar Collazos: dos tuits y una columna de opinión. Por Hernando Urriago Benítez

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 29 de mayo de 2015

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Óscar Collazos: dos tuits y una columna de opinión

Hernando Urriago Benítez
Prof. Escuela de Estudios Literarios,
Universidad del Valle
El segundo y último tuit en el que coincidí con Óscar Collazos es del 30 de abril de 2015, quince días antes de su muerte. Una línea, precedida por su nombre en Twitter (@oscarcollazos3), motivó nuestra fugaz conversación: “Incapacidad de escribir un diario. Estaba demasiado ocupado en vivir?”. Yo respondí a esa autocrítica diciendo, en menos de 144 caracteres, que los escritores colombianos en general han participado poco de la comunión con el diario (en realidad escribí: “Hola, Óscar. Creo que en general los escritores colombianos nunca han llevado diarios; o si lo hicieron poco publicaron”), algo que él retuitió para responder, cinco segundos más tarde: “si, muy extraño. Y muchos fueron afrancesados”.
Valga decir que el primero de sus trinos en el que me entrometí para saludarlo y manifestarle admiración fue en el cual él declaraba, en un triste día de febrero, estar padeciendo de ELA. Recordé en silencio, un tanto desconcertado, mi charla con él en Bogotá, en 1997, dentro de su apartamento de las Torres del Parque; evoqué el largo diálogo que sostuvimos mientras íbamos en carro de Cali a Buenaventura durante un día de octubre de 2006, rumbo a la sede de la Universidad del Valle, donde recibió homenaje en el marco de la Semana del Pacífico de la Feria del Libro. Seguí leyendo algunas de sus columnas en El Tiempo y muchos de los tuits que él firmaba –aunque quizá no todos los escribiera de su puño y letra o desde su voz hacia la máquina--. Quiero citar algunas de esas frases, antes de pasar a la corta materia de esta divagación, porque hablan de la agudeza de sentido, del humor refinado e incluso de esa solemne capacidad para burlarse de sí mismo tan característica en él: “S. Hawking: soñé que iba a ser ejecutado pero, de repente, me di cuenta de que había muchas cosas que valía la pena hacer si me indultaban”; “Periodista jubilado: un ocioso que va a todas las fiestas sin preguntar quien invita”; “El arte corre tan rápido, que olvida y entierra a los que venían atrás. Se enterrará a su vez a si mismo, por eso corre, como la moda”; “Segundos interminables balanceándome en una mecedora, no de atrás hacia adelante sino de lado a lado: tiembla en Cartagena” (10 de marzo); “Lo malo de la enfermedad es que uno empieza a perderse todas las fiestas”; “Que vaina! Una semana sin ver ni oír noticias y la gente me dice que no ha pasado nada. Ha pasado algo distinto a lo de siempre?”; “De la cama al sillón, la monotonía de los hospitales. Un grito de dolor del cuarto vecino la interrumpe”; “Esa graciosa manera de las enfermeras de tratarnos como niños o como ancianos, en diminutivos”; “Siempre pensé en el acto erotico de una mujer bañándome. Ahora resulta que es rutina de las enfermeras”; y, volviendo al primero, “Incapacidad de escribir un diario. Estaba demasiado ocupado en vivir?”.
Tal vez no sea del todo cierto que Collazos rehuyó del diario porque la vida le impidió escribirlo. Precisamente supimos de su enfermedad y de su agonía a través de su columna de prensa en El Tiempo (por la que recibió el Premio de Periodismo Simón Bolívar en 2003 y 2004) y de algunos de estos trinos que revelaban una porción de su intimidad, en medio de una situación-límite donde seguramente aprovechó para autorreconocerse, meditar y reinventarse sin el afán de quien tiene todo el tiempo por delante. Autorreconocimiento, meditación y reinvención, atributos de la escritura autobiográfica que él desplegó como trincheras íntimas en la red social, en el diálogo –hasta donde se pudo—con algunos amigos, en la compañía de su esposa y en aquellas columnas de prensa donde reveló la carta abierta que nunca hubiéramos querido leer, destinada al científico Rodolfo Llinás. Entre febrero y mayo aparecieron cerca de quince columnas en las que hablaba de temas públicos y también de asuntos íntimos que a raíz de su enfermedad habían sobrevenido a su mente o que le inquietaban por su nueva condición: la amistad, el cuerpo, la voz propia y su transformación robótica a través de una aplicación de Internet que le permitía convertir los caracteres en sonidos. Jocosamente escribió: “He tenido, en cambio, una sensación muy extraña: siento menos pudores y escrúpulos al escuchar la voz que repite cuando escribo groserías. Debe de ser que no paso por el instantáneo proceso de censurar o aprobar palabras y expresiones porque no las siento salir por mi boca. En lugar de ruborizarme, me río casi infantilmente de mis propias groserías”. De modo pues que la intuición de Collazos respecto a que nunca llevó un diario porque quizá estaba demasiado ocupado en vivir resulta parcialmente desvirtuada sobre todo durante los últimos tres meses de su periplo en esta Tierra, cuando se batía por sobrevivir a una enfermedad tan implacable como apenas conocida.
Las redes sociales y otros espacios donde exponemos triunfos y miserias, anhelos y derrotas cotidianas han supuesto para bien o para mal el eclipse del mundo interior, fundando la subjetividad instantánea, compartida como nunca antes y al mismo tiempo diluida en la inmensidad de Internet. Pienso en estas idea de la argentina Paula Sibilia en el libro La intimidad como espectáculo a la hora de recobrar la memoria de Óscar Collazos y la revelación íntima (y por lo tanto pública) de su enfermedad a través de dos espacios consustanciales al escritor y al intelectual contemporáneo, a pesar de que muchos denigren de ellos porque promueven el exhibicionismo o porque más temprano que tarde nos condenarán a la “desmemoria”. Me refiero a la columna de prensa y a las redes sociales.
Por lo mismo quiero aludir a una de esas opiniones publicadas por Óscar Collazos en 2015. Se trata de la columna “Los escritores en la República”, del 29 de enero, un día después de este trino: “las ideas equivocadas siempre acaban en un baño de sangre, pero en todos los casos es la sangre de los demás" Albert Camus”. ¿A dónde voy con todo esto? ¿Qué va de aquel tuit sobre la presunta ausencia de escritura del diario a aquel otro donde Collazos manifiest que muchos escritores colombianos fueron afrancesados y a este donde cita a Camus, precisamente una de las conciencias francesas fundamentales del siglo XX?
¡Claro!: releyendo los textos (los tuits y la columna de prensa) recordé uno de los episodios más importantes pero quizá menos reconocidos del ensayo latinoamericano. Ocurrió en 1970, dentro de la onda sonora del Boom literario, de la utopía socialista encarnada en Cuba y del cotarro intelectual que si bien no contaba con las redes sociales para expresarse sí tenía en las revistas y en los periódicos literarios el lugar de aquello que Alfonso Reyes denominó la “Inteligencia americana”. En el semanario uruguayo Marcha (en su tiempo un órgano político-literario de enorme incidencia en la crítica literaria y cultural del continente) Collazos publicó en agosto de 1969 el ensayo “La encrucijada del lenguaje”. Yo creo que ni él --que entonces tenía veintisiete años y residía en Cuba, donde trabajaba en el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas— intuyó el alcance y la repercusión de lo que allí decía sobre la mistificación de la nueva novela latinoamericana y su tendencia a desligarse del compromiso social en función de la autonomía estética. Luego vino lo que ya sabemos: la fructífera polémica entre Collazos, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, quienes le ripostaron con mayor y menor fortuna en sendos ensayos de época: “Literatura en la revolución y revolución en la literatura: algunos malentendidos a liquidar”, por parte del cronopio argentino, y “Luzbel, Europa y otras conspiraciones”, por el lado del autor de La ciudad y los perros.
Aunque no es mi intención abordar los conceptos de los ensayos y las reacciones de tirios y troyanos, sí deseo situar la reflexión de Collazos en los albores de lo que podríamos llamar su pulso ensayístico, su intención dialogal respecto a un público más amplio que el cenáculo intelectual, y la voluntad crítica al tenor de las corrientes de pensamiento que le tocó vivir, desde Mayo del 68 hasta la modernidad líquida de Bauman o la hipermodernidad de Lipovetsky. En Collazos siempre hubo una necesidad de insistir y de observar el universo problemáticamente en medio de unas condiciones sociales e históricas que siempre fueron críticas.
Se trata de un pulso ensayístico que empezó a sostener desde aquella fecha emblemática de 1969 hasta sus últimos días, cuando había encontrado en el tuit los remanentes de un tipo de literatura con talante aforístico, preocupada por la sentencia, la ironía, cierto desparpajo mediante una escritura de urgencia que guarda aires de familia con los ejercicios ensayísticos en su voluntad por explorar temas de un chispazo, destinados a un público bastante amplio que está más allá del periódico o del libro impreso, y que podríamos llamar con el filósofo Eduardo Nicol la “generalidad de los cultos”.
Esto es un signo de nuestro tiempo. Collazos, en el diálogo que sostuve con él en 1997, cuando estábamos cerca de la eclosión de Internet pero un poco lejos del nacimiento de FaceBook o de Twitter, recordaba que el “escritor que no frecuente los medios está condenado a perder interlocutores”. Él los encontró a través de sus opiniones en las columnas de “La bella y la bestia” y más tarde en la famosa “Quinta Columna”, así como en revistas literarias, suplementos culturales, diarios y periódicos de todos los órdenes, donde abordó temas que siempre le obsesionaron: la novela y el ensayo franceses, desde Flaubert a Malraux, pasando por Sartre, Camus, Blanchot, Claude Simon y Alain Robbe-Grillet; las ficciones perturbadoras de Norman Mailer y la poesía de Allen Ginsberg, así como distintos fenómenos sociales y culturales de su tiempo: la sociología de la literatura, la expresión americana, la función de la escritura y del escritor latinoamericano en la historia, y la contra-cultura, que definió las agendas de muchos intelectuales durante el decenio de los años 70.
Pero sobre todo una idea bastante sartreana prevaleció en Collazos hasta el final: el asunto del compromiso, mas no en la versión caricaturesca que representa al escritor de Occidente ocupado en escribir para salvar de hambre a un niño en África; no la línea profética materialista de León Trotsky en Literatura y revolución (1924), en el sentido de que “El arte de nuestra época será colocado enteramente bajo el signo de la revolución”. No: En la columna del 29 de enero de 2015, cuatro meses antes de su muerte, Collazos parece hacer una rápida revisión de sus ideas juveniles respecto a la relación literatura-sociedad, al tiempo que expresa su fe en la democracia a partir de la participación autorizada que hoy tienen los intelectuales en los periódicos y en los mass-media. Se trata de una idea que puede ser controvertida, pues así como en muchas ocasiones el lobo se viste de oveja en la política y algunos estultos posan de sabios en la prensa y regurgitan necedades, creo conveniente escuchar a Collazos porque además en su mirada está una valoración positiva de la universidad como recinto que dialoga más allá de las sectas de los especialistas:

En Colombia, cada día es mayor el número de poetas, novelistas y ensayistas, académicos o autodidactas, que opinan de política en diarios nacionales y regionales. Esta opinión contrasta a veces con la de los especialistas. Una nueva especie de intelectual y escritor ejerce su “compromiso” ciudadano en los medios.
La universidad, que vivía encriptada en sus claves y lenguajes cifrados, está haciendo presencia en los medios con un lenguaje comprensible que no le ha exigido reducir la complejidad de las ideas. El oficio de escribir en los periódicos le devolvió su componente ético y publico a la función intelectual.
Hoy creo –después de haber sucumbido a la tentación del compromiso– que los debates de los escritores en los periódicos hacen parte de la democracia y de la literatura. Se atacan o defienden modelos de sociedad y sistemas políticos, pero la producción de herejes se ha reducido al mínimo. Solo las dictaduras los fabrican.

De modo pues que Óscar Collazos permanece en el tiempo gracias a sus cuentos estéticamente rebeldes de 1967 y a sus novelas sobre la corrupción, el crimen y las más altas y bajas pasiones humanas. Así mismo, sabiéndose fugaz e instantáneo dentro del “tiempo congelado” que Guy Deborad menciona como condición del presente perpetuado por la vivencia tecnológica reciente, asistió como escritor e intelectual a una paradoja: la batalla entre el ahistoricismo actual y la urgencia, el frenesí por la memoria. De este modo recurrió a las columnas de opinión y a los tuits como antes había frecuentado al ensayo, sobre todo hablo de los contenidos en el volumen de Textos al margen, de 1978. Intentó revelar casi que a diario el periplo íntimo por una enfermedad que hizo pública, menos por exhibicionismo o necesidad de compasión y más por una voluntad de diálogo y de entendimiento, sin duda dos de las tareas fundamentales del escritor contemporáneo en el espacio común de las redes sociales. Y en esto guardó sintonía hasta el final con el existencialismo –que leyó en su juventud—, y específicamente respecto a la noción de compromiso (de ahí Sartre y el Camus del tuit que ya cité) como un estar-en-el-mundo en tanto que presencia activa y constitutiva, pero también como un estar-con-los-otros, estableciendo una relación constitutiva con los demás existentes. Por eso le escribió al Dr. Llinas; por él y por los otros que fueron, son y serán vulnerados por una enfermedad incurable, terminal, relativamente reciente, renuente a la metáfora. A propósito, evoco a Susan Sontag, quien sucumbió ante el cáncer, cuando dice que éste, a diferencia de la tuberculosis, “sigue siendo un tema raro y escandaloso en la poesía, y es inimaginable estetizar esta enfermedad”.
Entonces, volviendo a Collazos, no fue raro que ante el trino de un periodista jubilado anunciando prematuramente su muerte, todo un país se hubiera volcado a saludarlo en las redes sociales. Entonces todos también estuvimos con él en el mundo, como diciéndole a Collazos que su aquí y ahora, su situación –para decirlo con palabras de Sartre— era también un poco la nuestra. Por obra y gracia de la permanencia de lo fugaz podemos seguir leyendo sus novelas y ensayos, sus artículos de prensa y sus columnas de opinión, pero también sus trinos. Cierro esta conversación con su propia voz en uno de ellos: “Ahora entiendo la frase ‘ya no sopla’. Uno de mis ejercicios respiratorios consiste en tratar de apagar una vela. Feliz: Todavía soplo”.

Collazos, Óscar (1978). Textos al margen. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura.
____________. “Los escritores en la República”. En El Tiempo, 29 de enero de 2015. http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/los-escritores-en-la-republica/15162496

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Plegaria de Jotamario Arbeláez por la salud de Óscar Collazos

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 29 de mayo de 2015


Plegaria de Jotamario Arbeláez por la salud de Óscar Collazos
Con mucho amor, … una oración para el amigo.

Por:  JOTAMARIO ARBELÁEZ 

EL TIEMPO,  8:08 p.m. | 10 de febrero de 2015

Señor que todo lo puedes porque en Ti el milagro es la norma y que has atendido por siglos los ruegos de los sufrientes en carne propia y ajena y que ejemplo nos diste de repudio a las tentaciones –pues desde la alta colina rechazaste la posesión de todas las maravillas del mundo que el descarado.
Tentador te rendía en bandeja plata si ante él te postrabas a lisonjearlo y antes bien, exigiéndole acatamiento, lo mandaste a freír espárragos–, me permito, sin el mínimo ánimo de ponerte también a prueba, pues de Satanás nada tengo o si acaso algún cuerno de vieja data y algo de rabo de paja con el que aticé la eterna candela, plantearte un pacto de caballeros en el abismo, aunque la diferencia de estampa vaya del cielo a la tierra.
Ante quienes me oyen en este y en los momentos que sigan y en este y en los otros mundos posibles, con toda la solemnidad y el respeto de los que casi nunca hice gala, te propongo un canje sagrado, Señor, que tiene que ver con el contentamiento de un alma restaurada y la recuperación de un cuerpo gozoso pero averiado, a punto de perderse de no ser porque alargues tu mano generosa y preservadora.
Se ha paseado mi alma por todos los horrores que le han brindado mis despeñaderos internos y los campos de mi patria,
y a pesar de ello conserva alientos para comprometerse con el cumplimiento del derrotero que señalaste en piedra a los hombres de tu tribu, que es todo el orbe, para enderezar su torva conducta y reprenderla por esa, la primera becerrada de que se tenga noticia.
La promesa
Prometo consagrarme a la inefable visión de Dios desde que despabile mis pupilas a la luz del sol en el pájaro que lo canta, en el viento que se lleva ese trino, en el árbol que sostiene ese pájaro, en la tierra que alienta ese árbol, en el estiércol que abona esa tierra, en el hombre que produce ese estiércol y acompaña ese canto.
Y mientras duerma también sabré cantar albricias a Dios por haber creado los sueños y las criaturas del sueño,
contempladas las que son parecidas en la vigilia y las que solo en los sueños habitan.
Y a ese Dios prometo adorar sobre todas las cosas a las que el poeta Adán puso nombre y a las que después de él se fueron creando a partir de la palabra del sabio que las pensó y con la cual terminó por bautizarlas porque el dedo no le alcanzaba.
Pero a pesar de amarte, Dios mío, porque tan sagrado como el amor de Dios es el amor del prójimo, al que amaré como a mí mismo, lo cual es casi adorarle, prometo no levantar la mano contra su vida en Tu nombre, ni atentar contra el que no crea en Ti porque vivimos en un Universo de liberaciones deliberadas, ni contra el que de Ti se burlare, pues fuiste Tú quien le concediste el don del sarcasmo y el de la caricatura grotesca.
Desde que era impío y blasfemo me hiciste comprender que con Dios se han hecho muchos chistes, y Él no ha dejado de reír.
Tampoco mataré ni destazaré a palo o cuchillo a ningún otro ser superior viviente, así carezca de alma inmortal, ya sea toro o caballo, can o felino o de cualquier otra especie, porque sería incapaz de volver a hacerlos, ya que ni siquiera de laboratorio dispongo.
En Colombia esto hicimos antes de los largos sesenta años de violencia que padecemos: matar a Dios. Como si así desapareciera la culpa.
A partir de ese deicidio, qué importa contar por millares o por millones los asesinados, desaparecidos, despojados y desplazados.
La diferencia es que Tú tienes la ventaja de resucitar y eso es lo que necesitamos, que resucites entre nosotros y nos traigas la paz, que va siendo hora.
Y nos libres de irnos antes de tiempo, cuando aún hacemos camino.
Y voy a honrar las fiestas porque estas se celebran para santificar el pulso de la vida con el vino que nos alegra y no con la sangre que nos denigra.
Y bailaré, porque la danza es una de las formas rituales de la oración donde, de paso, a la pareja se adora.
Participaré del júbilo del carnaval, pero sin olvidar la Cuaresma.
Si bien en un principio me rebelé contra padre y madre para hacer la vida a mi arbitrio, retomaré su ejemplo para seguir la senda que me trazaron, ya que la mía no condujo a ninguna parte, así hayan sido múltiples los insanos placeres topados en contravía de los que la poesía me salvara.
No he de robar, Señor, ni oro ni plata ni mujeres ni honras, porque todo lo tengo en los libros de los que me tienes colmado, en la mujer y los hijos que con belleza y ternura amueblan mi alma, en los platos que me pones sobre la mesa y ellos solos se van llenando, y en las palabras que me soplas en los oídos de greda.
Y porque desde que ando sin cinco no me falta nada.
Dejé de sentirme con mis amigos el centro del mundo, y con ello no perdió nada el mundo ni perdimos nosotros,
como nada perdió la Tierra cuando Copérnico impidió que el Sol continuara girando a su alrededor.
Prometo no mirar azuzado por el demonio del mediodía para gozarme con la malicia a la mujer del más prójimo por más piernas de Miss Universo que tenga, así ella me estuviere mirando con similares intenciones.
Solo el Diablo, del que muy pocos dudan de su existencia, se quedará con los crespos hechos cuando me sorprenda en palique contigo y se dé cuenta de que queda roto nuestro contrato.
No estoy de vuelta a tus plantas, Señor, para acreditar la rogativa que voy a hacerte. Ya desde hace varios años que vengo en tu coqueteo.
No hubiera vuelto a Ti los ojos de no haber resultado digno de ello.
No se trata de una conversión, sino de una proclamación de tu gloria desde lo que fuera mi corazón de blasfemo, y es allí donde está la Gracia.
Aunque sé que todo lo puedes, lo que voy a pedirte no es imposible.
Toda esta es mi promesa, recibir tu palabra y de ella revestirme para cumplir con las que me dictes, Señor,
y en su cumplimiento te va este pedazo de mi alma donde desde ahora, y espero que por siempre, el Demonio haya perdido su potestad.
Cuando se supo que R. H. Moreno Durán se encontraba ad portas mortis, el alma de su amigo filósofo Rafael Gutiérrez Girardot, quien acababa de publicar El Anticristiano, le escribió un mensaje triste y de una sinceridad algo insólita, donde le confesaba que había vuelto los ojos a Jesucristo con la esperanza de orarle por su salud y que su rogativa pudiera ser acatada.
Aunque le llevaba 20 años, Gutiérrez rebosaba salud y a pesar de ello, tal vez por la vehemencia expresiva y el tardío arrepentimiento, decidiste llevártelo seis meses antes que al maldispuesto, quien al pavor del anuncio tuvo que agregar el dolor por la desaparición de su ídolo.
Y sospecho que cuando Yiyo terminó de escribir Las claves de Melquíades encontró el arcano que le permitió inmolarse por Gabo.
Los designios del Señor son inescrutables.
El clamor
A pesar de antecedentes no tan lejanos y no exentos de escalofrío, te planteo mi rogativa: que preserves la salud y la vida de Óscar Collazos.
No dejes a mi alma sin su amigote. Él es mi hermano, Señor. Es uno de tus hijos más justos, valientes y consecuentes, poeta de dos océanos, abogado de tus criaturas.
Es uno de los grandes hombres de pluma y de palabra que pusiste en Colombia como compañero en el viaje de nuestra vida.
Su vida ha sido una aventura por el mundo, que ha hecho suyo con ideas y con palabras, con libros y con polémicas, con denuncias y galanteos.
La vida y la razón que me diste y que hoy te agradezco, Señor de los señores, no me hubieran sido tan gratas de no haberme encontrado con este loco. Porque yo también estoy loco. Se necesita estar muy loco para hablar contigo de tú a Tú. Y perdona la confiancita.
Tenle paciencia, como él la tuvo siempre contigo.
Actuando como un rebelde a la manera de Camus, con quien siempre lo equiparé.
Todavía tiene casi toda su biblioteca por leer, casi todo su bar por paladear, casi toda esa obra literaria que le dictas por escribir, y casi toda su espléndida mujer por acariciar.
Tú no le quitarías la torre del Reloj a Cartagena de Indias. Así no sea.
Amado Óscar Collazos, no estás solano. Ventura de la buena te deseamos.
Sabemos que la enfermedad es el mal y el mal, el Maligno, y si este no sale con las medicinas del sabio, debe salir con la palabra del taumaturgo: “¡Retírate, Satanás!”.
Tú, que nunca tuviste muda tu máquina de escribir, levántate y habla.

JOTAMARIO ARBELÁEZ

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