sábado, 15 de octubre de 2016

EN LA MUERTE DE UN ANARQUISTA Por Juan Manuel Roca . Acaba de morir Darío Fo


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ACUERDO YA!
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Dario Fo: multitudinario adiós al Nobel de Literatura


EN LA MUERTE DE UN ANARQUISTA

Por Juan Manuel Roca

Acaba de morir Darío Fo, el dramaturgo italiano que levantó una polvareda cuando recibió el Premio Mobel de Literatura en 1997. La repulsa a su premio vino encarnizada sobre todo por el Vaticano que lo consideraba nada más que un juglar. No podían entender cómo le otorgaban tamaño galardón tras los gloriosos antecedentes italianos que ya lo habían obtenido en un número de cinco, entre quienes sobresalían otro dramaturgo -Pirandello- y dos altos poetas, Salvatore Quasimodo y Eugenio Montale.

Daniel Fermani, un periodista argentino radicado en el país de estos altos creadores, recordaba que “L´observatore Romano”, el diario oficial del Vaticano expresó su desgano ante el premio a Fo: “después de tanta razón...un juglar”. La respuesta del desobediente autor de “Muerte accidental de un anarquista” no se dejó esperar: “Dios es un juglar”.

Los grandes medios y las notables autoridades del gobierno italiano intentaron amargarle el momento, pero el ingobernable escritor sabía, son sus palabras, que “la sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”.

Hace unos años, en 1997, escribí más que un pastiche, un pequeño divertimento que nació de las cabeceras de “Muerte accidental de un anarquista”, la obra tantas veces representada del autor italiano.

Vale la pena recordar un fragmento del prólogo que hizo el mismo Darío Fo a su pieza: “queremos contar un hecho realmente ocurrido en América, en 1921. Un anarquista llamado Salsedo, emigrante italiano, “se cayó” por una ventana del piso 14 de la comisaría central de Nueva York. El jedfe de policía declaró que se trataba de un suicidio”. La verdad, luego descubieta tras una severa interrogación, es que “los policías que interrogaban al anarquista lo habían literalemnte arrojado por la ventana”.

Traigo ahora, como un pequeño homenaje a Darío Fo, un texto breve de forma teatral que escribí al momento de su Premio Nobel y que puede ser un pastiche o un texto paródico desde la señalada obra que titulé “Coronación accidental de un anarquista”:

Personajes.
Su santidad el Papa
Una periodista
Eugenio Nobel
Darío Fo.

Escena primera (y última). Una sala dorada. Una silla papal, un banquillo de acusados, una celda llena de nubes de humo de incienso, un escritorio de periodista, lleno de papeles.

Papa (Ojea un índice con cierta impaciencia. El cuaderno tiene tapas de raso púrpura, las hojas son de papel Fabriano y pasan lentas en las manos untuosas del Pontífice:

-Ah, de manera que este relapso de apellido pestífero sube al trono de nuestros grandes literatos... Acá veo su nefasto nombre, el mismo que ha injuriado a mis obispos buscándoles conexiones con la policía italiana.

Periodista:
(Pasa las hojas de un diario Varticano y cruza sus largas piernas enfundada en medias de seda del color de la canela). Dice con voz de primadona:

-Santo Padre, ¿ya sabe la noticia?

Papa:
-La conozco. Su estirpe es diabólica, parece salida de las agencias noticiosas del infierno. Satán Press, Belcebú Press... el diablo es anarquista.

Periodista:
-Padre santo, ¿cree usted que el Gran Premio de las Letras pasa a las manos de Fo por una conspiración contra el alto clero?

Papa:
-Contra el clero, claro. Dios sabe qué sombra quiere revivirle a este autor su dinamita mojada.  Genus irritabible vatum*.

Eugenio Nobel: (Está sentado examinando una brújula en una especie de crujía celestial llena de nubes):

-Disculpen, no mencionen ni de lejos la palabra dinamita. Yo, su padre, su inventor, sufro el estupor de ver su detonante efecto en manos anarquistas.

Periodista:
-Doctor Nobel, ¿ha leído al señor Fo?

Eugenio Nobel:
-Hace mucho no leo y no se qué accidente ha premiado a este hijo descarriado de Occidente. Los rumores que me llegan de abajo indican una gran preocupación terrenal. Ni cuando dejaron de darle mi Premio a un ciego argentino, ni cuando se lo dieron a un colombiano que lo recibió con un jaleo de tambores, me han llegado tantas razones inquietantes.

Papa:
-Paparazzis, tomen foros de la palabra de Dios: “Abomino de los que escandalizan a los niños. Y usted, señora periodista, pregúntele al señor Nobel si está de acuerdo con las blasfemias, con los perjuros.

Periodista: (Dirigiéndose a Eugenio Nobel):
-¿Está usted de acuerdo con los blasfemos, con los perjuros?

Eugenio Nobel:
-No. nunca.

Periodista:
-¡Y usted, reo de dudas (se dirige a Darío Fo que ha permanecido en un banquillo con un gorro jacobino en la testa y una baderita rojinegra), díganos, después de recibir el Gran Premio, ¿seguirá hostigando al cielo?

Darío Fo:
-No me he enterado del juicio que me siguen, sobre todo si ha sido espoleado por las personas sin juicio que realizan estos juicios. Por fortuna aquí no hay ventanas para suicidas. Solamente conozco el juicio a un anarquista. Si siguiéramos una especie de silogismo, o si lleváramos a sus últimas consecuencias la pesquisa de quién es, a juicio de las autoridades, el culpable de que este hombre, Salsedo, se fuera ventana abajo, diríase que no es por culpa de la policía. Porque sin edificios en altura no habría colisión tan radical entre cuerpo y suelo. Sin ventanas no habría vacío entre el adentro de una edificación y el afuera. Pues bien, se dirá que la culpa la tienen los arquitectos o el que creó la ley de la gravedad. Pero nunca, manifestará la policía, quien tuvo la idea de instalar en un piso alto una inocente comisaría.

Periodista:
-En su obra usted parece un corifeo de Bakunin o Kropotkin y ni hablar de Malatesta, y de ese anarquista americano al que defiende. ¿Qué demonios pretende exaltando la vesania y la desobediencia?

Darío Fo:
-Solamente digo que en las comisarías no hay muertes accidentales. Y que el tiempo es anarquista. No permite sobre él ningún gobierno.

Papa:
-Caiga el telón, como la noche.

*Genus irritabile vatum, en latín, “el irritable género (o especie) de los poetas.

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