martes, 13 de junio de 2017

¿No más Gabo? Jotamario Arbeláez. Junio 13, 2017

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NTC … 28 de mayo de 2017


 ¿No más Gabo?

Jotamario Arbeláez



No suelo ser muy refranero, pero de vez en cuando se me pone de presente alguno, sobre todo de los de arrogancia, como aquel de que “el que al cielo escupe, en la cara le cae”.
A estas alturas de la vida, pasado medio siglo de la imposición de “Cien años de soledad” como la segunda Biblia del hombre, o por lo menos el segundo Quijote, según Neruda,
se necesita ser muy osado, o muy pesado, para buscarle al autor la caída por tacaño o por lameculos. 

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Causa estupor el cabal artículo del admirable, hable de lo que hable, Julio César Londoño en El Espectador, “50 años padeciendo a Gabo”,
donde se despacha orondo contra el hijo del telegrafista, como quien no quiere la cosa, citando a otros, tirando la mano y escondiendo la piedra.
Expone la fatiga a que nos ha llevado el exceso de información sobre el personaje que por algo se convirtió en una fábula, pero que por favor ya no más, que no intoxiquen con tanto ripio,
cuando de lo que se trata con los contados y milagrosos artistas que devienen en mitos es de saberlo todo sobre ellos, no sólo de cómo atornillaron su estilo destornillando el de otros,
sino sus detalles menores, la música que oían mientras trabajaban, el jabón con que se restregaban las posaderas y el tanto de sal o pimienta que añadían a sus caldos y a sus andares.
Incluso las recetas del médico, la facturas de sus zapatos, los vales firmados en algún bar.
En especial cuando la vida del hombre, con sus flaquezas si las tienen, y muchas veces merced a ellas, es tan fabulosa como su obra.
Aunque no creo que sea del caso el chismorreo recriminatorio de que el antaño vendedor de enciclopedias al fiado por la Guajira tuvo sus lances con una modelo de numerosos y próvidos amantes,
y que se hizo patente su tacañería al seguir derecho cuando la diva le señaló fascinada una pulsera de brillantes en la vitrina de Tiffany’s.
Una cosa es ser avaro y otra huevón. Así hubiera sido Audrey  Hepburn.


Airea Londoño algunas críticas de personajes del cartel de las letras que en su momento cuestionaron a Gabo, con no oculta tirria por famosos que fueran, como Octavio Paz, y como el genial Passolini, ese si con rabo de paja,
         llegando al extremo de proponer que el brutal asesinato del cineasta por tres jóvenes putos en una playa de Ostia
no habría obedecido a cuestiones pasionales y ni siquiera al morboso señalamiento del fascismo en “Los 120 días de Sodoma”,
sino a los apuntes sacrílegos (“Es un hecho absolutamente ridículo llamar obra maestra a “Cien años de soledad”) contra nuestro escritor cataquero.
Aun como hipérbole creo que el aquilatado periodista orina fuera del tiesto.  


Se le olvidó citar, o no le cupo en la caja de la columna, los denuestos de otros distinguidos seres de letras,
como Anthony Burgess, autor de “La naranja mecánica”, quien le aplica  conceptos superviolentos,  
Susan Sontag, quien lo retrata como el sostén de Castro a pesar de haber facilitado la huida de disidentes,
el supercrítico Jacque Gilard quien lo cuestiona por haber traicionado con episodios falsos a Bolívar en su novela,  
argentinos como Alberto Fuguet, quien en su alegato McOndo rechaza el tal realismo mágico como una impostura donde “todo el mundo anda de sombrero y vive en los árboles”.
Y colombianos como Jaime Mejía Duque, autor del comentario sobre “El otoño del patriarca”, del que basta citar el título, “La crisis de la desmesura”,
Fernando Soto Aparicio, quien se quejó de que la secuencia gábica “reducía el prestigio de la novela a la publicidad”; 
Fernando Garavito, quien describió la obra máxima como “un monumento de ladrillo prensado, alto como Babel pero con un defecto: que en su apresuramiento olvidó utilizar el cemento y la mezcla, lo que pone en peligro a todo el edificio. Tiene bella fachada pero en cualquier momento puede venirse al suelo”.
Eduardo Gómez, quien lo acusa de “falta de rigor por mezclar fantasía y realidad en forma indiscriminada, y carencia de rigor estético”. Escupidores celestes que terminaron con la cara babosa.
Y para no dejar por fuera a Borges, recordemos que el comentario que hizo de “Cien años de soledad” fue el de que” le sobraban cincuenta”, tal vez los que se celebran.    


A pesar de que al final de su escrito, y luego de transcribir las enjabonadas de  grandes mortificados, aclara que no va a agregar “blasfemias de su cosecha”, manifestando su “devoción incondicional” con la otra vela,
no se priva Londoño de echarle dedo a “su arribismo estratosférico,
esa manera suya de ahondarse en cóncavas zalemas ante los símbolos del poder, ante reyes obscenos, emisarios del imperio y asesinos de alto rango,
es decir, en lengua vallejiana, “esa impudicia para lamer culos sin el más mínimo recato”.
Claro, tenía que citar al carajo de Fernando Vallejo, cuya frase fallida es un autorretrato patente, sin pelos en la lengua como todo lo que él dice, y sin referencia a la literatura ni al pretendido arribismo social.
El que escupe al cielo, en la cara le cae. Y en este caso le sigue escurriendo hasta los cojones.
Lo mínimo que merecería Gabo es respeto, ante todo de los escritores. No de los chirriante peluseros. De los que no tienen por qué condenarle sus actitudes de izquierda. Ni sus cenas con reyes y presidentes.
“Los que acudían a él eran los poderosos, en vista de lo poderoso que él era”, aclara Gerald Martin.     


Ya años antes Julio César se había apuntado un hit con un artículo parecido masacrando a Álvaro Mutis, que le conllevó los honores de un Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
Porque en Colombia todo puede suceder en las urnas y en los concursos.

jotamarionada@hotmail.com

* Texto publicado parcialmente en 
Columna Intermedio 
EL PAÍS .com, Cali, Junio 12, 2017. Impreso 13 de junio
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